martes, 13 de febrero de 2018

PETER GRIMES EN LES ARTS: MAGISTRAL DEFINICIÓN DE AMBIENTE Y ESPÍRITU

Ópera de Benjamin Britten con libreto de Montagu Slater, a partir del poema "The Borough” de George Crabbe. Christopher Franklin, dirección musical. Willy Decker, dirección de escena. François de Carpentries y Rebekka Stanzel, reposición de la dirección de escena. John Macfarlane, vestuario y escenografía. Trui Malten, iluminación. Athol Farmer, coreografía. Con Gregory Kunde, Leah Partridge, Robert Bork, Dalia Schaechter, Rosalind Plowright, Giorgia Rotolo, Marianna Mappa, Richard Cox, Ted Schmitz, Charles Rice y Lukas Jakobski. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cor de la Generalitat Valenciana, dirigido por Francesc Perales. Producción del Théâtre de la Monnaie, adquirida por el Palau de les Arts. Palau de les Arts Reina Sofia, sábado 10 de febrero de 2018

Lo adelantábamos en el previo que escribimos para El Correo de Andalucía, que éste sería uno de los montajes operísticos más interesantes y logrados de la actual temporada en nuestro país. Ha hecho muy bien el Palau de les Arts en adquirir como propia esta legendaria producción de La Monnaie de Bruselas, estrenada en 1994 y vista por primera vez en España tres años después en el Real de Madrid. Y ha hecho bien porque con Peter Grimes Willy Decker sumó a su ya larga serie de logros escénicos líricos, uno de los más depurados y sobresalientes, una piedra angular para entender el profundo significado de este título imprescindible del reciente repertorio operístico. Porque Peter Grimes es sobre todo una ópera de profundo contenido psicológico, y para saber transmitir todo lo que eso conlleva, incluido el sufrimiento de su protagonista y a mezquindad del vulgo al que hace referencia el poema de Crabbe en que se basa, es fundamental una buena escenografía y una sensacional dirección que cumpla con el difícil cometido, y vaya si la de Decker lo consigue.

Hay dos niveles antagónicos en esta función, el individuo y la masa. El primero es responsabilidad casi exclusiva del tenor definirlo y darle forma. Kunde demostró estar en muy buena forma en lo vocal, y desde luego saber adaptarse a la perfección al registro que exige su personaje, lejos del bel canto al que nos tiene acostumbrados. Pero eso conlleva también un tono lúgubre y ambiguo que refleje su compleja moralidad, y en ese punto al tenor americano le falló la puntería, tanto en canto como en interpretación, que fue más bien homogénea y hasta desganada. Sin embargo, el pueblo estuvo en manos del coro y los demás solistas, y aquí sí hubo acierto y triunfo, reflejando toda la miseria de los bienpensadores, los que establecen las normas por las que nos hemos de regir, practican su doble moral, también aceptada por la masa, y decide más allá del bien y el mal, marginando al rebelde. Todo eso quedó muy bien reflejado en la dirección escénica, fluida e inquietante, perfectamente coreografiada en escenas como la congregación en la iglesia o lugar de reunión y reflexión, o el carnaval final. En este punto hay que felicitar y mucho el espléndido trabajo vocal y actoral del conjunto, que junto a unas prestaciones expresivas muy a tono, precisas y muy matizadas, de la espléndida Orquesta de la Comunidad Valenciana bajo dirección de Christopher Franklin, muy familiarizado con el universo de Britten, lograron crear ese ambiente de opresión y baja moral disfrazada de políticamente correcto que la obra demanda. Eso es lo que se llama magia en el teatro, aquí extendida también a la música.

Pocos recursos necesita la escenografía y el vestuario para lograr sus cometidos, dominando los colores oscuros, los atuendos puritanos, salvo en el final de rojo intenso carnavalesco e infernal, y un muy inclinado escenario en el que los intérpretes debieron hacer maravillas para no perder el equilibrio, y que influyó en alto grado a crear esa atmósfera de inquietud que impera en toda la obra y que francamente nos aturdió tanto como impresionó. Hemos alabado las cualidades canoras de Kunde, así como sus limitaciones expresivas, pero queda reseñar también la buena labor de la soprano también norteamericana Leah Partridge, que asumió su papel desde la humildad y la comprensión hacia el protagonista, ofreciendo una voz solvente, sobrada por arriba y ajustada en graves. También Robert Bork estuvo acertado como Balstrode, amigo de Grimes, cuya voz autoritaria y con personalidad se ajustó perfectamente a la psicología de este personaje tan influyente en el comportamiento del desgraciado protagonista. Bien también el resto del elenco, con las jóvenes pertenecientes al Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, Giorgia Rotolo y Marianna Mappa, aportando gracia y picardía al conjunto, la mezzo germano-israelí Dalia Schaechter cumpliendo con solidez su rol de tabernera no exento de cierta ternura, y la veterana Rosalind Plowright aportando elegancia y dignidad a la producción, aunque su voz acuse el desgaste de la edad. Un espectáculo ejemplar con ingredientes de gran altura, garantía para los amantes de la ópera y del drama psicológico, servido con orquesta y coros de gran calidad y una puesta en escena mágica, a la que hay que añadir una muy adecuada iluminación de carácter expresionista.

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