lunes, 4 de septiembre de 2017

BARRY SEAL: EL TRAFICANTE Retrato trepidante de un chaquetero voraz

Título original: American Made
USA 2017 114 min.
Dirección Doug Liman Guión Gary Spinelli Fotografía César Charlone Música Christophe Beck Intérpretes Tom Cruise, Domhnall Gleeson, Sarah Wright, Jesse Plemons, Caleb Landry Jones, Lola Kirke, Jayma Mays, Alejandro Edda, Benito Martínez, E. Roger Mitchell, Mauricio Mejía Estreno en Estados Unidos 29 septiembre 2017; en España 1 septiembre 2017

Basada en la rocambolesca vida de Barry Seal, un personaje de recorrido tan increíble que jamás se le hubiera ocurrido a las mentes creativas más prodigiosas en esto del espionaje o la inteligencia política, como LeCarré, Graham Greene o incluso Ian Fleming, Tom Cruise necesitaba hace tiempo un film a la medida de su talento interpretativo, tras años demostrando los que tiene como hombre atlético y de acción, con títulos generalmente más dignos que la media en ese género pero siempre orientados a un público poco exigente. Lo raro es que haya tardado tanto en revivir esos momentos de gloria que le reportaron películas como Nacido el 4 de julio o Magnolia, habida cuenta de la capacidad que atesora para controlar su propia carrera y elegir los moldes y columnas que la han de vertebrar. Por eso no nos extraña que haya confiado en Doug Liman para esta nueva empresa y le haya quizás solicitado que asuma cierto estilo a lo Scorsese para construir esta original crónica sobre un personaje que en sí personifica el lado más perverso y atrevido del sueño americano. Liman ya lo había dirigido en Al filo del mañana, una eficaz cinta de ciencia ficción, y saltó a la fama dirigiendo la primera entrega de la saga Bourne, aunque la impronta del ciclo se la otorgó Paul Greengrass en los títulos posteriores, y es que no es Liman un director que se caracterice por tener un sello personal e identificable. El género de espías ya lo había abordado con desigual fortuna en Caza al espía y Sr. y Sra. Smith, pero es ahora cuando logra su mejor contribución, con una cinta que tiene en la interpretación de Cruise, el frenético pero medido montaje, su atractivo juego con las textura fotográficas y el ritmo trepidante que imprime a la historia, sus mejores bazas. Por su parte el guionista Gary Spinelli apenas había escrito una discreta película de acción con Dolph Lundgren como protagonista, lo que le hace merecer mayor reconocimiento por conseguir poner en pie la increíble historia de este piloto de la TWA reconvertido en agente de la CIA, colaborador necesario del cartel de Medellín e informador de la Casa Blanca en tiempos de Carter, Reagan y un Clinton aún gobernador, todo a la vez y revuelto. Claro que en el camino Spinelli y Liman malogran algunas de las posibilidades del empeño, dejando que cuestiones tan graves como el intervencionismo americano en Sudamérica entre finales de los setenta y mediados de los ochenta, se convierta en una mera peripecia objeto de sorna y con el entretenimiento como único fin. Una vez más América entona el mea culpa, algo muy de agradecer si no fuera por el escaso relieve y la poca trascendencia que estas denuncias tienen en el devenir de su historia y en el futuro más próximo. Con un tono de comedia solapada, Cruise se mueve como pez en el agua en esta vorágine de traiciones y desencuentros, tratando a su personaje con el suficiente cariño para que no resulte despreciable ni antipático, por mucho que las divertidas e ingentes cantidades de dinero que aparecen a lo largo de la película provoquen una sensación de esperpento generalizado. Brillante en su resolución formal y entretenida en todo su esqueleto y armazón, no deja sin embargo de ser una simplificación del estilo de Scorsese cuando habla de mafiosos y millonarios corruptos sin escrúpulos, aunque se agradece que en lugar de Di Caprio tengamos a Cruise, tan presto a reírse de sí mismo que en cierto momento aparece sin uno de sus flamantes dientes blancos.

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