viernes, 16 de junio de 2017

PASTORAL AMERICANA Dolor personal como penitencia del malogrado sueño americano

Título original: American Pastoral
USA 2016 126 min.
Dirección Ewan McGregor Guión John Romano Fotografía Martin Ruhe Música Alexandre Desplat Intérpretes Ewan McGregor, Jennifer Connelly, Dakota Fanning, Peter Riegert, Rupert Evans, Uzo Aduba, David Strathairn, Molly Parker, Valorie Curry, Hannah Nordberg, Samantha Mathis Estreno en el Festival de Toronto 9 septiembre 2016; en el Festival de San Sebastián 22 septiembre 2016; en Estados Unidos 21 octubre 2016; en España 9 junio 2017

Ewan McGregor debuta en la dirección de largometrajes de ficción con esta adaptación de la famosa novela de Philip Roth, ya un clásico de la literatura moderna americana y ganadora del Pulitzer en 1998. Como ocurriera con La mancha humana, quienes esperaban ver una recreación fiel en trama y espíritu del referente literario se han llevado una decepción. Más alarmante es que también se la hayan llevado quienes no tuvieran base ni recursos para hacer la sempiterna comparación entre cine y literatura. Y es que American Pastoral puede igual enganchar que aburrir, sin embargo parece existir cierta unanimidad a la hora de decantarse por lo segundo. A veces sin embargo suenan voces discordantes, y algunos encontramos un material irresistible que McGregor, con ayuda del guionista, ha reducido a un aspecto quizás no tan evidente o visible en la novela. Se trata de la historia de una familia típica americana, un matrimonio formado por un joven y carismático deportista y una reina de la belleza, con una hija que parece salida de un cuento de hadas, en un momento crucial de Estados Unidos, cuando recién terminada la 2ª Guerra Mundial ha asumido su condición de feliz sueño hecho realidad, comodidad al máximo y espíritu inviolable e invencible. Un país que una década después verá su inocencia truncada, dándose de bruces con la cruel realidad al enfrentarse a fantasmas como el magnicidio, la Guerra Fría o la más tangible de Vietnam, y todo lo demás que dio forma a los convulsos sesenta. Todo ello se convierte en la película en mero telón de fondo para hablar de una tragedia más individual y humana. Donde Roth quería reflejar el espíritu de decadencia, el golpe al gran sueño americano, la desmoralización de todo un país, y hacerlo en un tono radical y funerario, McGregor parece preferir centrarse en el drama de un padre obsesionado por encontrar a una hija descarriada, un zombi de los que habitan en nuestras ciudades, incapaz de asumir su lugar en una sociedad que ni comprende ni comparte. Padre e hija obligados a sufrir un particular calvario, mientras otros y otras en la función prefieren pasar página y seguir disfrutando de los restos del naufragio, lo que queda de ese sistema que nos vendieron como perfecto pero que no puede disimular sus heridas. El tono fantasmagórico que McGregor ha sabido impregnar en una película tan bien interpretada como ambientada, logra transmitir a quienes nos ha cautivado una desesperada conmoción y una profunda pesadumbre sobre la fragilidad de la felicidad, los seguramente falsos postulados sobre los que la hemos erigido, y la incapacidad para asumir lo efímero de nuestra existencia. Para todo ello McGregor no parece haber prescindido de ningún capítulo de la novela ni de ningún detalle, pero ha fijado su atención en aquello que le es relevante para convertir el drama generacional en una tragedia particular y una penitencia individual, saliendo a nuestro juicio bastante airoso de la empresa. Como curiosidad, quien en los noventa despuntara como estrella en ciernes, Samantha Mathis, interpreta aquí un breve pero revelador papel, con aspecto más de Louise Fletcher de Alguien voló sobre el nido del cuco que de la bella tejana que seducía la cámara de Peter Bogdanovich en Esa cosa llamada amor. Por su parte, David Strathairn borda en su también breve intervención el papel del escritor Nathan Zuckerman, alter ego del novelista y figura recurrente en su bibliografía.

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