martes, 21 de febrero de 2017

LA BARROCA DE SEVILLA Y AMANDINE BEYER: CLASICISMO EN ESTADO PURO

Temporada 2016/17 de la Orquesta Barroca de Sevilla. Amandine Beyer, directora-concertino. Programa: Sinfonía en Re menor F.65, de W.F. Bach; Concierto para violín K.207, de Mozart; Sinfonía en mi menor Wq 178, de C.P.E. Bach; Sinfonía en La mayor Hob. I/65, de Haydn. Teatro de la Maestranza, lunes 20 de febrero de 2017

“Bach es el padre…” es la consigna que sirvió a Amandine Beyer para diseñar un programa en torno a la dinastía de los famosos músicos y su influencia en compositores inmediatamente posteriores de la talla de Mozart y Haydn. Johann Sebastian como padre natural de Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel, y éste a su vez como padre espiritual e inspirador de los grandes nombres del Clasicismo. Beyer acudía por tercera vez a la capital hispalense, si la memoria no nos falla. Estuvo con su conjunto, Gli Incogniti, en la Iglesia de Santa Ana en 2012, y en el Espacio Turina con la Barroca en 2015; y como ella refirió, cada vez la acogemos en auditorios más grandes, motivo para expresar su satisfacción y humilde agradecimiento.

Con la plana mayor de la orquesta sobre el escenario, una veintena de intérpretes, el concierto dio comienzo con el Adagio y Fuga F.65 del segundo de los hijos de Bach, una especie de sinfonía en bloque con dos partes bien diferenciadas, que la Barroca convirtió en prodigio de misterio y espiritualidad, con las flautas de Ruibérriz y Teixeira protagonizando el tono melancólico de una pieza que después se convierte en pura furia apoyada en el diálogo de la cuerda aguda con los contundentes y muy expresivos violonchelos de Ruiz y Baraviera. La imaginación de Mozart quedó patente en los solos correctamente articulados y fraseados de Beyer, cuyo sonido seco y puntualmente áspero no dañó en absoluto una pieza que en nuestro subconsciente acostumbramos a asociar con texturas más aterciopeladas. La violinista brilló especialmente en las cadencias finales de los movimientos extremos, mientras el adagio lo despachó con soltura y notable cantabilidad, acompañada por un conjunto conciso y sostenido.

En la segunda parte la Wq. 178 de Carl Philipp Emanuel, cuya versión sin vientos fue la única sinfonía de las berlinesas publicada en vida de su autor, sirvió para evidenciar la combinación de tensión y fuegos artificiales que ofrece una obra de fuertes contrastes, abordada con la furia característica de la orquesta sin traicionar su claridad arquitectónica. El vivace inicial de la Sinfonía nº 65 de Haydn, ejecutado también con brío y energía, introdujo el paseo que Beyer quiso evocar en un andante de espíritu campestre. Las difíciles trompas, que en otros pasajes protagonizaron desajustes apreciables, consiguieron brillar en esa imponente pieza de caza que es el final de la sinfonía. Como propina Beyer hizo llorar su violín en el majestuoso andante del Concierto para violín BWV 1041 de Bach padre.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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