martes, 28 de febrero de 2017

BILLY BUDD ENCUENTRA NUEVOS VIENTOS CON LOS QUE NAVEGAR

Billy Budd, de Benjamin Britten. Libreto de Edward Morgan Forster y Eric Crozier, según la novela de Herman Melville. Ivor Bolton, dirección musical. Deborah Warner, dirección escénica. Michael Levine, escenografía. Jean Kalman, iluminación. Chloé Obolensky, vestuario. Andrés Maspero, director del coro. Intérpretes: Jacques Imbrailo, Toby Spence, Brindley Sherratt, Thomas Oliemans, David Soar, Torben Jürgens, Christopher Gillett, Duncan Rock, Clive Bayley, Sam Furness, Francisco Vas, Manel Esteve. Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Producción del Teatro Real en coproducción con la Opéra National de Paris, la Ópera Nacional de Finlandia y el Teatro dell’Opera di Roma. Teatro Real de Madrid, sábado 25 de febrero de 2017

Entre la muy sustanciosa y atractiva programación diseñada por el Teatro Real para celebrar su doscientos aniversario, con un envidiable repertorio barroco y contemporáneo además de los inevitables títulos clásicos y populares, destaca la ópera Billy Budd de Benjamin Britten, un título poco divulgado de su vasta producción lírica, junto a una de sus óperas de cámara incluidas en su trilogía de parábolas religiosas, Curlew River, que se representa el próximo 4 de marzo. Coincide además su puesta en escena con el estreno absoluto de la ópera de la sevillana Elena Mendoza La ciudad de las maravillas, detalle que en estas páginas dedicadas fundamentalmente a lo que se puede ver y oír en nuestra ciudad, no podíamos pasar por alto. Se dice que la ópera británica languideció tras Purcell, para revivir casi doscientos cincuenta años después con Peter Grimes, la primera ópera de Britten que disfrutó de un considerable éxito, y que como ésta evoca ambientes marineros. El drama redentor de Billy Budd se desarrolla de hecho en su totalidad en un buque de guerra, un siglo antes de lo que imaginara el autor de su referente literario, una novela de Herman Melville (Moby Dick) que además acaecía en una nave americana y no británica como sucede en el libreto del gran escritor E.M. Forster. Una historia con triángulo protagonista en el que los vértices del bien y el mal, el protagonista y el maestro de armas John Claggart, buscan equilibrio en la templanza y la capacidad de reflexión del capitán del buque Indomable, Edward Vere, y que Britten y Forster aprovecharon para abordar su tema homoerótico, en el que la represión del deseo y los sentimientos provocan fantasmas de dolor y aniquilación tan difíciles de sobrellevar, lo que la convierte en precedente directo del film Querelle de Fassbinder.

Brindley Sherratt y Jacques Imbrailo
Hay en la dirección escénica de la también británica Deborah Warner más pros que contras, pues se nota su dominio de la escena, fundamentado sobre todo en sus numerosos trabajos para Shakespeare, con un diseño del movimiento ágil y convincente, tanto en los continuos cuadros de masas como en los más íntimos y recogidos encuentros entre dos o varios personajes. Un trabajo teatral bien articulado, nada rancio y muy sugestivo, aunque el aspecto sexual se haya reprimido considerablemente, limitándolo a un par de sugerentes roces y a los mensajes entre líneas del libreto del autor de Pasaje a la India y Una habitación con vistas. Para ello Warner ha contado con una espléndida escenografía de Michael Levine, deudora en ciertos aspectos de la de Francesca Zambello para la producción del Covent Garden de 1995, en la que una plataforma volante sube y baja generando a un mismo tiempo un doble nivel narrativo y un efecto opresor para los marineros que se hacinan sucios e incómodos en las bodegas del barco. Un decorado más conceptual que realista, en el que cuerdas y velas evocan un paisaje tan marino como carcelario. Y cuenta además con un elenco, también británico en su mayoría, con lo que la producción del Real en colaboración con otros coliseos europeos procura arriesgar lo menos posible, que se revela no sólo eficaz en el aspecto canoro sino también en el dramático. La pega se la ponemos al vestuario, pues mientras Britten cambia la época del drama de Melville para ambientarlo a finales del siglo XVIII con el fin de reflejar los nuevos aires para los derechos humanos que supuso la Revolución Francesa, los uniformes más contemporáneos con los que Chloé Obelinsky viste a sus oficiales no aportan nada a la dramaturgia, y una vez más añaden anacronismos innecesarios a la narración.

En el aspecto estrictamente musical el espectáculo resultó muy satisfactorio a nivel vocal y no tanto en lo instrumental. El director musical del Real, Ivor Bolton, también inglés, puso mucho empeño y oficio en su trabajo como director, procurando infundir en la orquesta el empuje y la agilidad que la partitura exige, que sin ser atonal debe mucho al expresionismo eslavo cultivado dos décadas antes por compositores como Janacék (Katia Kabanova) y Shostakovich (Lady Macbeth de Minsk), lo que exige por parte de la orquesta una capacidad para emocionar y evocar estados de ánimo que no siempre acertó a trasmitir. Únicamente en los pasajes más líricos confiados a la cuerda se logró ese nivel de emotividad, mientras los más turbulentos y los únicamente descriptivos se resolvieron de forma esquemática y poco fluida, con aportaciones en los metales rozando lo decepcionante. Y es que la Sinfónica de Madrid no es precisamente la mejor de nuestras orquestas, y la acústica del Real se nos sigue antojando seca y poco proclive al relieve ambiental que un título como éste en especial demanda. Por su parte el tenor sudafricano Jacques Imbrailo da perfecta talla física al personaje, con exhibición gimnástica incluida que le obliga a cantar satisfactoriamente subido a una cuerda o tumbado en escorzo. En lo vocal su sedosa y bien proyectada voz logró en su plegaria final, Look, un efecto cautivador, mientras el bajo Brindley Sherratt afrontó su Claggart con una estética avibratada pero altamente turbadora en fraseo y modulación. Por su parte, el tenor Toby Spence aportó el carácter nostálgico y melancólico que su personaje requiere, empatando en potencia y capacidad expresiva con sus compañeros de batalla. El resto del elenco deambuló entre la calidez del veterano Christopher Gillet, la energía contagiosa de Duncan Rock, la estimulante solvencia de Clive Bailey, que ya dio vida al compañero de fatigas Dansker en la grabación de Richard Hickox de 2000 que tuvo como protagonista a Simon Keenlyside, y el eficaz trabajo contrapuntístico de los tres oficiales que condenan a Budd, con el barítono holandés Thomas Oliemans a la cabeza. Magníficas las voces masculinas del Coro Titular del Teatro Real, especialmente en Deck Ahoy! al principio del segundo acto, y eficientes también los Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid, en esta oportunidad única de disfrutar de la excelente música del autor de War Requiem en su versión revisada de 1960, tan escasamente difundida en escena (grabaciones hay unas cuantas), aunque con esta producción en la que intervienen varios teatros importantes de Europa, quizás encuentre nuevos vientos con los que navegar.

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