jueves, 19 de enero de 2017

LA BELLA DURMIENTE DEL BALLET NACIONAL DE LETONIA: UN CONCIERTO COREOGRAFIADO EN VERSALLES

La bella durmiente, de Chaikovski. Ballet Nacional de Letonia. Aivars Leimains, director artístico y coreógrafo. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Farhads Stade, director musical. Inara Gauja, decorados y vestuario. Karlis Kaupuzs, diseño de iluminación. Intérpretes: Baiba Kokina, Sergejs Neiksins, Alise Prudane, Laine Paike, Jolanta Lubeja, Zigmars Kirilko. Teatro de la Maestranza, miércoles 18 de enero de 2017

Chaikovski compuso una de sus más hermosas partituras en el verano de 1889, aunque su estreno frente al Zar y parte de su corte no fue un rotundo éxito, si bien fue ganando el favor del público hasta convertirse en uno de los ballets más queridos y programados del repertorio clásico. El Maestranza lo ha hecho en dos ocasiones previas, en 1997 con el Ballet Nacional de la Ópera de Novosibirsk y en 2005 con los Ballets de Montecarlo. Al igual que en esa primera ocasión, la del Ballet Nacional de Letonia basa su coreografía en la original de Marius Petipa, cuyos trabajos han sido los más representados en el escenario del Maestranza a lo largo de su historia en lo que a ballet con orquesta en directo se refiere. Pero no sólo es la coreografía lo que mantiene esta producción estrenada en Riga en 2010; también respeta su espíritu original en la escenografía, inspirada por el refinamiento parisino que tanto cautivó al compositor de la Patética y su entusiasmo por dotar al espectáculo de ese aire barroco imperante en el cuento de Perrault, escrito en época del Rey Sol. Así, son los grandes salones de Versalles y el exquisito vestuario del siglo XVII y rococó del XVIII lo que se recrea en este suntuoso montaje, aunque el cuerpo de baile solista mantenga los tradicionales atuendos inspirados en ese Renacimiento más identificado con la versión de los hermanos Grimm.

A diferencia de otros ballets rusos y franceses del repertorio clásico, los de Chaikovski suponen la culminación del género en el siglo XIX, base indiscutible de todas las compañías de ballet clásico. Su música supera la mediocridad y trivialidad imperante hasta el momento y abre las puertas a los genios de Stravinsky y Prokofiev, propiciando la renovación estética de la danza. Una buena batuta tiene que tener en cuenta estos parámetros y llevar a buen puerto una partitura que aúna expresividad, inspiración melódica, depuración técnica y efusividad orquestal a partes iguales. Director titular tanto de la compañía como de la Ópera de Letonia, Farhads Stade conoce bien el repertorio y exhibe maestría técnica y expresiva, además de una inusitada sensibilidad a la hora de dirigir semejante obra maestra, que los integrantes de nuestra Sinfónica acertaron a traducir en una interpretación que por sí misma merece toda nuestra atención y admiración. Una vez más brillaron los solos de Daniela Iolkicheva al arpa, así como los de violín y violonchelo, dotando al conjunto de magia y color y elevando la factura general de un espectáculo por supuesto más que notable.

Pero para alcanzar lo excelso hacía falta que esa misma magia, creatividad e inspiración se manifestara también en el escenario, algo no del todo logrado. Nada que reprochar, faltaría más, a la depuración técnica de unos bailarines y bailarinas de formación clásica rusa, si bien los números de conjunto no siempre funcionaron a la perfección; en el caso del célebre vals resultaron incluso remilgados. La partitura se ofreció recortada en un tercio, afectando incluso a la estructura dramática y precipitando un final en el que la malvada Carabosse (Laine Paike) no pudo lucirse a gusto, mientras el Hada de las Lilas (Alise Prudane) exhibió ligereza y fragilidad en todo momento. Sensacionales el Pájaro Azul y la Princesa Florine en el acto final, el más logrado de todo el conjunto, donde además la Gata Blanca y el Gato con Botas lucieron su vena cómica. En cuanto a la pareja protagonista, nada que reprochar a las prestaciones gimnásticas de Sergejs Neiksins así como la elegancia, dominio en giros y equilibrios de Baiba Kokina, a pesar de que en ningún momento suscitaran la química, la emoción y la creatividad que se apreciaba en el foso, auténtico motor de esta producción por debajo de la que la misma compañía nos ofreció de Giselle hace cuatro años.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 20 enero 2017

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