viernes, 13 de enero de 2017

CABARET: UN ENTRETENIMIENTO DESEQUILIBRADO

Cabaret. Musical de John Kander y Fred Ebb con libreto de Joe Masteroff. Jaime Azpilicueta, director. Ricardo Sánchez Cuerda, escenografía. Antonio Belart, vestuario. Juanjo Llorens, Iluminación. Federico Barrios, coreografía. Raul Patiño, dirección musical. Intérpretes: Cristina Castaño, Armando Pita, Alejandro Tous, Amparo Saizar, Enrique R. del Portal, Víctor Díaz y Pepa Lucas. Teatro Lope de Vega, jueves 12 de enero de 2017

El impactante número inicial, con Edu Soto, que lo estrenó
en Madrid, como Emcee
Cabaret es fuente inagotable de entretenimiento, un musical incombustible que no sufre ni apenas decepciona con cada nueva propuesta escénica a la que se somete. La que ahora nos llega de gira, tras su puesta de largo y varios meses de representación en el remozado para la ocasión Teatro Rialto de Madrid, presume de ser la más genuinamente española de cuantas producciones hemos podido ver en los últimos años en nuestro país, la más sobresaliente de las cuales la disfrutamos en 2003 en brillante adaptación de la muy exitosa que en Londres pusieron en marcha Sam Mendes y Rob Marshall. La de Jaime Azpilicueta, auténtico Rey Midas del musical de la Gran Vía, con éxitos a sus espaldas como los de El hombre de La Mancha y My Fair Lady, es en realidad un cocktail de cuantas producciones hemos visto hasta ahora, la ya referida más la película de Bob Fosse y, sobre todo, la original que estrenó Harold Prince en Broadway en 1966.

El principal acierto de Azpilicueta es alejarse del referente cinematográfico, del que apenas toma unas ideas y algunas canciones, como Maybe This Time, compuestas especialmente para la oscarizada película, lo que se nota fundamentalmente en la vistosa y esmerada coreografía de Federico Barrios, también ajena al inconfundible sello de Bob Fosse. Hay más canciones en este montaje, muchas de las cuales fueron desechadas en el film, algunas insustanciales. Se retoma la subtrama de la casera Fräulein Schneider y el comerciante judío Herr Schultz, mientras se añade un mayor contenido homosexual celebrando la promiscuidad y la bisexualidad presuntamente reinante en la decadente Alemania de entre guerras. Pero falta sintonía y una mayor conexión entre los desprejuiciados números musicales, brillantes y coloristas, y el drama que ilustra la desolación de un país en paulatina pérdida de derechos y libertades, proclive al enaltecimiento del nazismo tan presente en el Mein Kampf de Hitler y la canción tradicional añadida Mi lucha comienza aquí. Y por supuesto en el devastador final, según parece sugerido por el siniestro montaje de Rufus Norris, el último que se ha podido ver en el West End londinense.

Cristina Castaño
Hay talento en este montaje español de Cabaret. En su escenografía, combinando con agilidad y presteza el suntuoso local del título y la casa de huéspedes que regenta Schneider; en su colorido vestuario, también alejado del emblemático Fosse, y la iluminación, portentosa en la canción principal que Cristina Castaño entona con portentosa voz, excelente proyección y buen gusto, aunque sin encontrar aún ese matiz que le otorgue una mayor personalidad. Pero su Sally Bowles es más insoportable de lo conveniente y le falta algo de necesaria ingenuidad. Muy bien el resto del elenco, pero muy especialmente Armando Pita, curtido ya en varios musicales y que aquí se luce como maestro de ceremonias, un papel que ha dado muchas alegrías a quienes lo han incorporado, como el oscarizado Joel Grey o Asier Etxeandía en el Teatro Alcalá de Madrid. Su Emcee es obsceno, irónico, versátil y descarado, además de cantar, bailar y actuar con una encomiable autoridad. No podemos olvidar el magnífico trabajo de la orquesta dirigida por Raul Patiño, que recrea a la perfección el sonido característico de los cabarets berlineses, al menos como los conocemos a través de la música de leyendas como Kurt Weill. Al conjunto le hubiera beneficiado no obstante un carácter más grotesco, y los números musicales deberían sintonizar mejor con la narración, a la que falta intensidad dramática y mayor capacidad de comunicación. La impresión general, a pesar de todo, es que se trata de un espectáculo bien hecho y muy entretenido, aunque pierda la oportunidad de relejar mejor ese proceso de desmoralización que quizás también ahora empecemos a sufrir en la vida real.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 15 de enero de 2017 

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