viernes, 30 de diciembre de 2016

FRANTZ Ochenta años no son nada

Francia 2016 113 min.
Dirección François Ozon Guión François Ozon y Philippe Piazzo, según la obra de Maurice Rostand “L'homme que j'ai tué ” y la película de Ernest Lubitsch “Broken Lullaby” Fotografía Pascal Marti Música Philippe Rombi Intérpretes Pierre Ninney, Paula Beer, Ernst Stötzer, Marie Gruber, Johann von Bülow, Cyrielle Clair, Anton von Lucke Estreno en el Festival de Venecia 3 septiembre 2016; en Francia 7 septiembre 2016; en España 30 diciembre 2016

En los títulos de crédito finales de esta película del director de Una nueva amiga y En la casa llama la atención que confiese estar inspirada libremente en la película de Ernest Lubitsch Broken Lullaby, que aquí se llamó Remordimiento y tuvo como uno de sus protagonistas a Lionel Barrymore. Nada dice sin embargo sobre que ambas se basen en la obra teatral de Maurice Rostand El hombre que maté. Sin embargo más que inspirarse, Ozon mimetiza prácticamente el film de Lubitsch en la primera mitad de su película, para a continuación dar rienda suelta a su imaginación y recrear toda una segunda parte libre y original. La diferencia entre la película de 1932 y ésta reside en el tono; mientras Lubitsch hizo un preciso y directo alegato antibelicista, Ozon prefiere el aspecto romántico de la historia dotándolo de misterio y fuertes dosis de ambigüedad, tanto en esa primera parte en la que se repiten secuencias y hasta líneas de diálogo del clásico imperecedero del autor de Ser o no ser, como en esa segunda parte con cuya primera hace visagra el recuerdo y la figura de un fantasma, el Frantz del título. Con todo, Ozon ha construido una bellísima película en la que permanece ese alegato antibelicista que marca a la guerra como sinrazón y absurdo capaz de destruir vínculos imperecederos, pero ahora cobra mayor relieve la figura femenina, la de la joven que ha perdido a su prometido, se ilusiona con un posible sustituto y encuentra en esta peripecia el camino para madurar e independizarse emocionalmente. En este sentido cabe destacar la extraordinaria interpretación de Paula Beer, justamente galardonada en Venecia con el premio a la mejor actriz novel. El uso de la fotografía, graduando el color según los estados de ánimo, aun manteniendo casi todo el tiempo un blanco y negro que no lo es del todo, se nos antoja un recurso artificioso que la acerca todavía más al referente clásico americano. Por otro lado, la sensible música de Philippe Rombi, incluidas sus recreaciones de Chopin y Chaikovsky, colabora considerablemente a dotar al conjunto de ese tono melancólico que invade toda la cinta. Pero el mensaje pacifista del film del 32, en la línea abierta por otras películas como Sin novedad en el frente, sigue siendo más evidente, contundente e impactante, y continúa  tan vigente como hace ochenta años, que en la más maniquea, aun así eficiente y hermosa, nueva versión de François Ozon.

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