miércoles, 28 de septiembre de 2016

ARTEFACTUM, UBI SUNT: LA VIDA ALEGRE, ANTES DE LA MUERTE

17º Edición Noches en los Jardines del Real Alcázar. José Manuel Vaquero, organetto y zanfoña. Ignacio Gil, flautas, axabeba, chirimía, gaita. Álvaro Garrido, percusiones. Programa: Ubi sunt (Cantigas de Alfonso X y obras del Laudario de Cortona, el Manuscrito de Londres y de Machaut y Landini). Martes 27 de septiembre de 2016

Gil, Garrido y Vaquero en un concierto didáctico para escolares,
celebrado en la Sala Chicarreros en enero pasado
A estas alturas no necesitan padrino ni publicidad. Han trabajado duro y lo que ofrecen rara vez defrauda y casi siempre encandila. Artefactum, en formación de trío, fueron los encargados de cerrar las Noches en el Alcázar de este año en lo que a música antigua se refiere. Tras ellos sólo tres conciertos más en disciplinas distintas, a cargo de conjuntos que igualmente se encuentran entre los pocos que esta edición han tenido el privilegio de cuatriplicar su oferta. Siempre curiosos a la hora de proponer sus programas, esta vez se acercaron a la Europa del siglo XIV devastada por la peste, generando una recreación ficticia de la música que pudiera escucharse en determinados espacios y ambientes relacionados con la epidemia; ese ubi sunt del título del programa, que define la vida en la Tierra en tránsito a la eterna del Cielo.

La propuesta entroncó por lo tanto con aquella Italia del sur por la que parece desembarcó la enfermedad, con una pieza recogida en el Manuscrito de Londres, donde se recopilan innumerables danzas y obras polifónicas del trecento italiano, que sentó ya las bases de la que sería una noche de excelencia instrumental y encontraría su cumbre en una danza bellica de prodigiosa expresividad y contagioso ritmo; una pieza en la que se logró eso que comúnmente denominamos magia. En el camino insistieron con su particular forma de afrontar las Cantigas de Alfonso X El Sabio, informadas pero personales hasta donde la variedad de fuentes lo permiten, que justificaron por el hecho de que su bisnieto falleció precisamente de la pandemia, jugando con la posibilidad de que escuchara música de su bisabuelo en el lecho de muerte.

Otra posibilidad, la música que se escuchara en las villas y palacios en los que los ricos y poderosos se refugiaron de la plebe para impedir contraer la enfermedad, cuyos episodios de extravagancias y libertinajes sirvieron de base al Decamerón de Boccaccio adaptado al cine por Pasolini. De manera que quizás estábamos asistiendo a la recreación de una banda sonora del genial director italiano, que ya se sabe que era versado en las artes, y la de la música antigua no se le debió escapar. El único pero habría que ponérselo a José Manuel Vaquero, tan divertido en sus ilustraciones como insuficiente en el canto, quizás por una pequeña afección que le impidió emitir con limpieza, aunque en fraseo y modulación no acusó problema alguno. Fue el precio a pagar por la formación en trío, sacrificando las valiosas aportaciones de, por ejemplo, Alberto Barea. Ahora bien, en la zanfoña y el organetto volvió a demostrar su magisterio, al igual que hizo Ignacio Gil en las exóticas maderas, prodigio de agilidad y dominio de la respiración, y por supuesto Álvaro Garrido a la percusión, haciendo alarde de finura y sensualidad.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 29 de septiembre de 2016

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