lunes, 18 de enero de 2016

EL HIJO DE SAÚL El exterminio del espíritu y la dignidad

Título original: Saul fia
Hungría 2015 107 min.
Dirección László Nemes Guión László Nemes y Clara Royer Fotografía Mátyás Erdély Música László Melis Intérpretes Géza Röhrig, Levente Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér, Todd Charmont, Björn Freiberg, Uwe Lauer, Attila Fritz, Kamil Dobrowolski, Christian Harting Estreno en el Festival de Cannes15 mayo 2015; en Hungría 11 junio 2015; en España 15 enero 2016

Parece mentira que la nueva sensación en película sobre el holocausto provenga del país que el pasado verano protagonizó una de las páginas más infames de la historia reciente al bloquear el paso de refugiados sirios hacia destinos donde su dignidad como personas estuviera´mejor garantizada; está claro que no se mide a todos con el mismo rasero. De cualquier forma, el exterminio de judíos en campos nazis no tiene por qué ser una fuente agotable para la creación artística, y no sólo por la necesidad que tiene el hombre de recordar continuamente aquello que nunca más debería repetirse, sino por ser como cualquier otro escenario o ambiente un espacio ideal para desarrollar unos y otros temas relacionados con la moral y la ética humanas. Con cimas como Vencedores y vencidos, Holocausto, La vida es bella y, sobre todo, La lista de Schindler, la incomprensible barbarie perpetrada por un pueblo supuestamente civilizado como el alemán en una época relativamente aún reciente, da juego para muchas historias de supervivencia, superación y cualesquiera otras metas que se proponga el artista. Afrontar el reto con nuevas propuestas formales y estilísticas es por supuesto bienvenido siempre que con ello no se deslegitime y se traicione el espíritu de lo narrado. Ambientada en el seno de los Sonderkommandos judíos, que ya dio lugar a una estupenda película en 2001 titulada La zona gris y dirigida por Tim Blake Nelson, y que eran batallones de prisioneros a los que se les alargaba la vida a cambio de colaborar en labores de exterminio y limpieza de sus congéneres, El hijo de Saúl presenta dos novedades. La primera es de carácter estilístico, pues coloca la cámara permanentemente junto a su protagonista, un actor no profesional familiarizado con el drama que realiza un trabajo agotador física y emocionalmente; de esta forma pretende asegurarse que el espectador participa de la tragedia como si estuviera inmerso en ella, con carácter absolutamente activa y presencial; el resto queda desenfocado o fuera de plano, escamoteándonos información y redundando en una confusión que no ayuda al seguimiento de una trama en la que sin profundidad de campo apenas atisbamos los movimientos del protagonista, sus habilidades para superar obstáculos e inconvenientes, tomar decisiones y seguir un plan para su atribulada misión. Y es ahí donde radica la segunda novedad, que consciente de su incapacidad para salvar la vida, el Saúl del título se embarca en una misión redentora en la que lo que está en juego es la salvación del alma, la conservación de la dignidad y la preservación de su cultura, aunque pueda resultar absurda en un contexto en el que el infierno es patente y toda lucha por la dignidad parece tan estéril como disparatada. Nada puede distraer ni apartar a Saúl del cometido que se ha adjudicado, y es ahí donde radica la fuerza para conmover y hacer reflexionar de esta película que se ha convertido en acontecimiento desde su estreno en Cannes, donde se hizo con el Gran Premio del Jurado y el de la Crítica Internacional. El horror está permanentemente presente en las cámaras de gas, los crematorios, las fosas y toda la maquinaria brutal y desesperada puesta en marcha para lograr aniquilar a cuantos más posibles cuando Alemania se reconocía en vísperas de perder la guerra. Pero expuesto así su fuerza estremecedora puede, quizás al contrario de lo que pretende, verse seriamente amortiguada.

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