sábado, 14 de noviembre de 2015

LIBERTAD COMEDIDA EN EL QUINTO PROGRAMA DE ABONO DE LA ROSS

XXV Temporada de Conciertos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Sebastian Knauer, piano. Giacomo Sagripanti, dirección. Programa: Love's Geometries, de Vacchi; Concierto para piano nº 27 K595, de Mozart; Sinfonía nº 4 Op.90, de Mendelssohn. Teatro de la Maestranza, viernes 13 de noviembre de 2015

Cuna de grandes músicos e intérpretes, Italia renueva cada generación su cantera de directores, por lo que no sería de extrañar que Sagripanti tomara el relevo a Abbado y Muti; el tiempo lo dirá, maneras no le faltan. El excelente sabor de boca que nos dejó la temporada pasada con una extraordinaria Cenerentola y un estupendo concierto en el que rescató algunos de los compositores más olvidados del S. XIX de su país, como Martucci o Bottesini, no se ha visto del todo reflejado en este concierto desigual que sin embargo no provoca la decepción suficiente como para bajarlo del pedestal en el que lo hemos colocado. El concepto de Libertad fue evocado en este quinto programa de abono desde diferentes puntos de vista. 

Fabio Vacchi es uno de los compositores contemporáneos italianos más aclamados; autor de un buen puñado de óperas y alguna ocasional banda sonora, su música para cuerda se apoya en un interesante juego de armonías y contrapuntos arropados por un lirismo preciosista y contenido. Como bien expuso Álvaro Cabezas en su conferencia pre concierto, Vacchi compuso Love's Geometries basándose en las teorías del pensador francés Jacques Attali sobre las nuevas y más libres relaciones amorosas, provocadas por la natural poligamia del ser humano, las redes sociales que dificultan nuestra discreción y la larga esperanza de vida que disfrutamos. Y lo hizo por encargo del proyecto Culture All, estrenándola John Axelrod en el Teatro Olímpico de Vicenza con la orquesta UniMI (dell'Universitá degli Studi di Milano). Una interpretación que se puede revisar en YouTube y que demuestra que dirigida con más pasión y nervio del que hizo uso Sagripanti, la pieza exhibe más y mejor su invocación del amor libre y desprejuiciado. Aunque sus diálogos entre solistas resultaron eficaces, el conjunto sonó desangelado, frágil y sin fuerza.

Aún fresco el recuerdo que nos dejó Barenboim en enero pasado, el último concierto para piano que compuso Mozart, libre en cuanto a despojarse de estéticas e imposiciones que cultivó en el resto del catálogo y asomarse con más convicción a las nuevas tendencias musicales que ya entonces se advertían, tampoco disfrutó en manos de Sagripanti de una lectura entusiasta ni convincente. Acertó en refinamiento y comedimiento, pero exageró en suavidad y simplicidad, reduciéndolo casi a música ligera de acompañamiento para burgueses ociosos. Faltó atmósfera enrarecida y una mayor dosis de elocuencia y patetismo, trasladado también al pianismo de Sebastian Knauer, ágil y exquisito en cualquier caso, pero falto de nervio y contundencia. En la propina, variaciones sobre el tema francés Ah, vous dirai-je, Maman (aquí Campanita del lugar), exhibió virtuosismo y buen gusto. Pero lo mejor llegó de la mano de la recurrente Cuarta de Mendelssohn, con la que se explayó en temperamento y luminosidad, haciendo aún más italiana su estética y fundamento, exponente de la suprema libertad experimentada por el joven compositor en su viaje por el país del arte. Entrecortados fraseos en el andante, un allegro inicial eléctrico y un saltarello final enérgico y temperamental lograron tal efecto, con una orquesta sensible a las exigencias del joven director y pletórica en sus resultados, con especial referencia a la nobleza desplegada por los metales en el tercer movimiento.

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