sábado, 21 de noviembre de 2015

GRANDMA Malogrado análisis del abismo intergeneracional

USA 2015 79 min.
Guión y dirección Paul Weitz Fotografía Tobias Datum Música Joel P. West Intérpretes Lily Tomlin, Julia Garner, Marcia Gay Harden, Judy Greer, Laverne Cox, Sam Elliott, Elizabeth Peña, Nat Wolff, Sarah Burns, John Cho, Colleen Camp, Mo Aboul-Zelof Estreno en el Festival de Sundance 30 enero 2015; en Estados Unidos 18 septiembre 2015; en España 20 noviembre 2015

Cuesta comprender cuáles son las bondades que la crítica nacional e internacional encuentra en este insulso film que promete mucho más de lo que ofrece. Los antecedentes de Paul Weitz como realizador no auguraban nada extraordinario, pero los elogios recibidos a propósito de esta comedia intergeneracional y la supuesta grandeza de la interpretación de una recuperada Lily Tomlin, hacían presagiar otra cosa. Weitz se muestra aquí más cerca de su endeble Un niño grande que de sus gamberradas en American Pie o Ahora los padres son ellos, porque intenta hacer una crónica más tangible, con la que nos sea más fácil identificarnos, sobre una cuestión tan palpable como el abismo que separa la generación de nuevos abuelos y la de sus nietos y nietas, por primera vez quizás en la historia caminando hacia atrás, con una considerable pérdida de progresismo. Pero el director malogra estas estupendas posibilidades y embarra en una sucesión de sketches no muy afortunados a través del reencuentro y conocimiento mutuo que llevan a cabo una abuela lesbiana y su nieta embarazada cuando ambas emprenden la búsqueda de financiación para un aborto. Entre ellas otra generación, la yuppi, personificada en el personaje de hija de la primera y madre de la segunda, tan histérica como la abuela, con lo que una vez más flaco favor se hace a la imagen de la mujer en pantalla, aunque se muestre decidida, libre y triunfadora... pero definitivamente histérica. Y menos mal que la aventura dura poco, porque secuencias como la de Tomlin rememorando un pasado erróneo junto a quien la declara el amor de su vida, Sam Elliott, son directamente ridículas. Que Lily Tomlin, popular en los setenta cuando trabajaba con gente como Robert Altman, y con una primera recuperación en los ochenta cuando hacía comedias junto a Steve Martin o Bette Midler, hace un buen trabajo está fuera de discusión, aunque no se trate de la interpretación memorable que le celebran. Los lugares comunes y los estereotipos abundan, para al final acertar sólo cuando evoca el espíritu de la pareja difunta de la protagonista, auténtico elemento virtuoso y conciliador de la trama.

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