martes, 13 de octubre de 2015

EL CLUB Parábola de los pecados de la Iglesia

Chile 2015 98 min.
Dirección Pablo Larraín Guión Guillermo Calderón y Daniel Villalobos Fotografía Sergio Armstrong Intérpretes Marcelo Alonso, Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell Estreno en el Festival de Berlín 9 febrero 2015; en Chile 28 mayo 2015; en España 9 octubre 2015

Pablo Larraín saltó a la fama hace apenas tres años por su película No, primera de su país, Chile, en ser nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, y que relataba en clave semidocumental el plebiscito convocado por Pinochet en 1988 para dar o no continuidad a su dictadura militar. Siempre atento a los problemas que acucian nuestra sociedad, pero sin dar la espalda a la experimentación en lenguajes puramente cinematográficos, a través incluso de los géneros más identificables, propone ahora un análisis, una disección en toda regla, del papel que juega la supuesta Nueva Iglesia Católica, presuntamente renovadora, más justa y popular, frente a los privilegios de la antigua casta eclesiástica. Para eso cuenta con un guión y unas interpretaciones que sobrepasan con amplitud lo que habitualmente conocemos como modélico. Una trama de carácter misterioso e intrigante, en torno fundamentalmente a los abusos sexuales, pero recogiendo también otros temas como la avaricia, el juego, el egoísmo y la hipocresía, sirve para plantear preguntas que sólo obtendrán respuesta en el subconsciente de cada espectador, según su educación y conciencia. Un grupo de antiguos sacerdotes ocultos de la sociedad en cómodos retiros, enfrentados a uno de esos renovadores de la nueva escuela, tan pulcro, presuntuoso y presumido que casi pareciera sacado de un anuncio de Armani, mientras para desplazarse conduce un lujoso vehículo de última generación. Justicia clamada más para disimular e incluso engañar que realmente para impartirla. Hombres y mujeres inmersos en su generosamente cómodo mundo e incluso en su fanatismo, a los que dan vida un grupo de atribulados intérpretes de los que destacamos a Marcelo Alonso como atractivo, deportista y moderno exorcista, Roberto Farias como proscrito de la sociedad al que muchos y muchas preferirían hacer desaparecer antes que resarcir, y Antonia Zegers como manipuladora y maquiavélica carcelera, quienes ayudados por ese impecable guión al que hacíamos referencia construyen personajes auténticos, con vida antes y después de lo relatado. Tan tremendo esfuerzo y el excelente trabajo de realización, sobria, comedida, solemne y muy intencionada, le valieron el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Berlín. Entre sus características técnicas merece destacarse su turbia, tanto como el submundo que retrata, fotografía, y la desasosegante música de Arvo Pärt, siempre tan mística y elegíaca, utilizada aquí de forma casi claustrofóbica, amarga y constante. Larraín anda ya sumergido en el rodaje de un retrato de Pablo Neruda que esperemos sea tan incisivo respecto a la época que retrata como ésta lo es en relación al ambiente.

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