miércoles, 22 de abril de 2015

REGRESO A ÍTACA Sueños robados con miedo

Título original: Retour à Ithaque
Francia 2014 95 min.
Dirección Laurent Cantet Guión Laurent Cantet y Leonardo Padura Fotografía Diego Dussuel Intérpretes Isabel Santos, Jorge Perugorría, Fernando Hechavarria, Néstor Jiménez, Pedro Julio Díaz Ferrán, Carmen Solar, Rone Luis Reinoso, Andrea Doimeadios Estreno en el Festival de Venecia 31 agosto 2014; en Francia 3 diciembre 2014; en España 17 abril 2015

Los dos tráilers proyectados antes de la película dan buena cuenta de cómo el cine del país vecino se hace eco de los problemas sociales que acucian a nuestro entorno, uno sobre la sanidad Hippocrate, y el otro sobre la educación Les héritiers. Un asunto que debería provocar la envidia de nuestro cine, incapaz de abordar nuestras miserias si no es desde la comedia más socarrona y burda, dejando la rabia para la ceremonia de los Goya, donde este tipo de espectáculos a menudo groseros y aburridos deberían evitarse. Laurent Cantet ha demostrado siempre en su filmografía tener una enorme sensibilidad para tratar estos temas espinosos pero tan esenciales para mejorarnos como personas y procurar una mayor igualdad y calidad de vida en un mundo que sólo pisamos durante un tiempo ridículo y con fecha de caducidad. Trató el paro en Recursos humanos y El empleo del tiempo, la educación en La clase, el turismo sexual en Hacia el sur y Cuba ya fue objeto de su mirada en la película conjunta 7 días en La Habana. Ahora regresa a esa ciudad que él rebautiza como Ítaca, aquella isla jónica devorada durante siglos por piratas, saqueadores y malos gobernantes. Así retrata la tan querida pero hiriente patria, que unos se la han apropiado para fastidiar a los demás y hacer imperar su voluntad. Allí regresa uno de los personajes de esta entrañable y conmovedora historia, la que recorre casi treinta años de boca de un grupo de amigos que se reúnen en una terraza de la ciudad para recibir a ese hijo pródigo que tiene mucho y muy suculento que contar. “¡Cuánto hicieron para jodernos la vida!” exclama un pintor censurado, uno de los desheredados en este devastador reencuentro; por cierto, el autor de la obra que expone en el film es en realidad Jorge Perugorría. Sueños robados por medio del arma más terrible, que es el miedo. Y siempre España como referente, desde dentro, con una juventud dominada por Serrat y Fórmula V, y desde fuera, como ese lugar donde quizás los sueños se puedan realizar pero donde siempre se sentirán extraños e inadaptados. España como origen y destino, cuya dominación de siglos sentó las bases de un continente desorientado y sodomizado, y en cuyo nuevo orden económico y social pretenden encontrar un hueco quienes malviven en dictaduras oficiales. Otra cosa es que los dictadores nos gobiernen doquier, llámese euro, dólar, Bundesbank o Cortes Generales quienes marquen las pautas a su antojo para someternos y engañarnos. Una hora y media en compañía de estos personajes, perfectamente definidos en su complejidad tanto como seres ilusionados y simpáticos como desesperanzados y traumatizados. “La voz del pueblo más culto del mundo” dice Perugorría irónicamente cuando presencia los gritos verduleros de una joven a su supuesto novio desde la ventana. Culto, universitario, sí, pero obligado a callar, a tirar a la basura la libertad que concede el saber. Incoherencias en un mundo cuya realidad ahora que se estrena la película parece empezar a cambiar. Claro, los enemigos ahora ya no son los bloques capitalistas y comunistas, son las religiones, en especial las extremistas, y contra esas los demás tenemos que unirnos. Las víctimas siempre son las mismas, en éstas y en otras guerras, los ciudadanos, la gente sencilla que sólo pretende ser feliz, ganándose la vida, sin sufrir desestructuraciones familiares y viviendo en Ítaca, la patria libre de saqueadores y oportunistas que tanto se esfuerzan en jodernos la vida. Todo esto declamado con emoción, convicción y unas buenas dosis de ternura. Una vez más el cine español ha perdido la oportunidad de adelantarse y contarlo, claro que a lo peor no hubiera puesto tanto cariño en la empresa.

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