martes, 17 de febrero de 2015

CINCUENTA SOMBRAS DE GREY Una de amor, lujo y látigos de satén

Título original: Fifty Shades of Grey
USA 2015 124 min.
Dirección Sam Taylor-Johnson Guión Kelly Marcel, según la novela de E.L. James Fotografía Seamus McGarvey Música Danny Elfman Intérpretes Dakota Johnson, Jamie Dornan, Max Martini, Eloise Mumford, Luke Grimes, Marcia Gay Harden, Jennifer Ehle, Rita Ora Estreno mundial 13 febrero 2015

Vista la película de la temporada, con permiso de los Oscar, hay que decir que no es tan terrible como la crítica la pinta pero tampoco cumple con unos mínimos aceptables de temperatura para una película del género. Se trata de un fenómeno ingeniosamente urdido ya desde antes de empezar a rodarse. La expectación que se ha generado, más bien impuesto, alrededor de la que es la adaptación de una de las trilogías literarias más exitosas de los últimos años, ha devenido en un récord de taquilla sin precedentes en su primer fin de semana de exhibición a nivel mundial. Es en eso en lo que destaca sobre todo esta superficial película más de amor que de sexo. Habría que crear un premio especial para los talentos que consiguen vender un producto tan inocuo como éste antes incluso de que nadie pueda echarle un vistazo. Esta primera entrega de las fantasías sexuales de Erika Leonard James (otra inglesa que, ¡milagro!, consigue convertirse en una de las personas más ricas e influyentes gracias a su literatura barata) ofrece más carne y secuencias atrevidas de lo que uno espera encontrar en una película americana, pero aun así muy poco para lo que se pretende contar. Su realizadora dirigió hace unos años Nowhere Boy, cuando aún se llamaba Sam Taylor Wood y donde conoció a su marido, Aaron Johnson interpretando a John Lennon, quien a juzgar cómo luce en Albert Nobbs, Kick-Ass, Ana Karenina y Godzilla podría haber dado vida a Grey con más solvencia que el modelo Jamie Dornan. Por su parte, la hija de Melanie Griffith y Don Johnson apenas sugiere ingenuidad y timidez mientras se revela más generosa que su compañero de reparto a la hora de enseñar piel. Taylor Johnson cumple como si le cinta la hubiera diseñado y dirigido un programa informático. Se ha limitado a dosificar con elegancia y refinamiento sus lujosos ingredientes, que incluyen coches estupendos, apartamentos extraordinarios y vestuario elegante pero clásico, una sensual selección de canciones pop, helicópteros y vuelos sin motor pero sin música de John Barry, y por supuesto gente guapa, sólo guapa, para ofrecer un cóctel que se digiere con placer y sin esfuerzo. Eso hace que la película sea entretenida pero nunca sugerente. Su supuesto contenido erótico deja frío, y aunque sin tensión sexual ni emocional la película va deslizándose con facilidad y alcanza sus dos horas de metraje sin pesar ni aburrimiento. Por supuesto el sado masoquismo cuenta aquí con una explicación mojigata, que proviene como siempre de un trauma infantil. La mujer sumisa lo es hasta que toma las riendas, para eso lo ha escrito una y devorado millones; pero en el camino se ha prestado al juego sólo por una cara bonita y una billetera llena, sin rastro de atracción por unas experiencias que satisfacen a miles de personas sin cuestionarse si son personas taradas ni tener complejo de monstruo. Y lo peor es que ni se explica qué es eso de las cincuenta sombras, y a juzgar por lo que cuentan las lectoras, tampoco en el siguiente capítulo ni en el otro.

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