viernes, 9 de enero de 2015

EL CASCANUECES DEL BALLET DE ESTONIA EN EL MAESTRANZA: MAPPING DEL SUEÑO DE CLARA

Ballet El cascanueces, de Piotr Ilich Tchaikovsky. Ballet Nacional de Estonia. Thomas Edur, dirección artística. Ben Stevenson, coreografía. Thomas Boyd, escenografía. Risto Joost, dirección musical. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Intérpretes Luana Georrg, Ekaterina Oleynik, Alena Shkatula, Jonatan Davidsson, Gabriel Davidsson, Denis Klimuk, Sergey Upkin, Nanae Maruyama, Abigail Sheppard, Svetlana Danilova, Oksana Saar, eneko Amorós, John Rhys Halliwell, Jonatathan Hanks, Giuseppe Martino, Vitali Nikolayev, Marta Navasardyan. Jueves 8 de enero de 2014, Teatro de la Maestranza

Multitudinaria y colorista escena del primer acto
Por tercer año consecutivo ha sido una compañía de la antigua URSS la encargada de ofrecer en el Maestranza el único título de ballet clásico con orquesta en el foso de la temporada, y una vez más con uno de los tres ballets míticos de Chaikovsky, tras el decepcionante Lago de los cisnes del año pasado. Gran aficionado a los juguetes mecánicos o autómatas, Hoffmann escribió El cascanueces y el rey de los ratones en 1816 y Petipa e Ivanov lo convirtieron en ballet en 1892, a partir de la adaptación que hiciera Alexandre Dumas padre. Tan difícil de coreografiar, con una primera escena de celebración navideña imposible por sus numerosos intérpretes y una estructura narrativa resuelta habitualmente a través de la pantomima, ni siquiera en su estreno gozó de la satisfacción del público y la crítica. El montaje del tejano Ben Stevenson tampoco logra salvar estas convenciones, haciendo que dicha escena ni parezca ballet ni goce de la suficiente capacidad para transmitir toda la amabilidad de la postal que representa, dominando con frecuencia la confusión. El Ballet Nacional de Estonia se ha venido con sus camiones llenos de telones pintados y arrugados, con su vestuario de repertorio y una compañía de danzantes que gozan de un apañado nivel técnico y artístico, y han cumplido con dignidad y poco más la exigencia de nuestro teatro de ofrecer cada inicio del año el ballet clásico de rigor.

Baile de los polchinelle
Existe curiosamente un claro paralelismo entre lo que nos cuenta Hoffmann, el sueño de nochebuena de una niña fascinada con los juguetes y los regalos, y lo que hace el mapping del alcalde, el de Estrella, una niña sevillana sufriendo terribles pesadillas, con dragones y peces gigantes que habrán quitado a buen seguro el sueño a más de un niño y niña de la ciudad. La primera parte no ofreció mucha oportunidad de lucimiento para el cuerpo de baile, salvo para recrear las travesuras de Fritz, el baile de los copos de nieve y el paso a dos de la Reina de las Nieves y el Cascanueces reconvertido en Príncipe, resueltos con insuficiente magia y excesiva rutina. Nos referiremos a los bailarines según su personaje, pues nada aclara el programa de mano sobre quién interpreta a quién cada noche. Escénica y musicalmente la segunda parte de este célebre ballet ofrece más atractivos. Aunque la estructura sigue el esquema clásico del desfile de figuras de la compañía ya sea en solitarios, dúos, tríos y composiciones de grupo, es aquí donde se despliegan las virtudes propias de este tipo de espectáculos. Destacaron la danza árabe, ejecutada con sobrada delicadeza y elegancia, el trepak realizado con fuerza y agilidad, y el baile de los polchinelle o marionetas, llevado a cabo con gracia y desparpajo por niños y niñas de la nueva cantera de la compañía. Mención especial también para los dos acróbatas de la danza china; y por supuesto también destacaron el Príncipe y la Reina de los Dulces en su difícil paso a dos justo después del hermoso Vals de las flores, con saltos y figuras de él tan elaborados que casi parecieron verse a cámara lenta.

Paso a dos del segundo acto
Como siempre ocurre fue un director musical de la propia compañía el encargado de dirigir a la ROSS, presumiéndose su dominio de la partitura, a pesar de lo cual la suya fue una lectura superficial y rutinaria. Últimamente parece que la orquesta esté demandando una mayor motivación, venga ésta de la mano de nuevos valores o páginas musicales más interesantes y exigentes. Lo cierto es que no hubo nada especialmente reseñable en su interpretación de este ballet eminentemente navideño, tanto que fragmentos como la música del hada de los dulces y el trepak inspiraron a John Williams para su banda sonora de Solo en casa. Quizás merezca destacarse la danza árabe, tan frágil y delicada como el paso a dos que lo ilustró. El vals del gran final también obtuvo una respuesta orquestal algo por encima del tono general. Metales a menudo ramplones, y una cuerda en ocasiones áspera, lastraron también unos resultados ya de por sí masacrados por las impertinentes y agresivas toses que un año más invadieron el espacio y empañaron el buen gusto deseable en este tipo de manifestaciones.

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