viernes, 6 de junio de 2014

CARLOS I CONVERTIDO EN REY DE PACHANGA POR MÚSICA PRIMA

Música Prima: Carlos V, Las edades de un Imperio. Francisco Orozco, idea original y dirección musical. José Lucas Chaves, dirección artística. Arcadiantiqua, producción. Salón de Tapices del Real Alcázar de Sevilla, jueves 5 de junio de 2014


Algunos integrantes de Música Prima: José Manuel Vaquero,
Francisco Orozco, Álvaro Garrido y Johanna Rose
Perder el privilegio de ocupar las primeras filas en los conciertos a los que la crítica acudimos acreditada, puede pasar de ser un inconveniente a una ventaja, sólo para constatar que al público ubicado algo más atrás apenas llega un sucedáneo del espectáculo, en términos tanto visuales como auditivos, cuando el salón o el templo elegido no cumple los requisitos mínimos para su disfrute. Ocurrió en el ciclo de Música Antigua del CICUS en la Iglesia de la Anunciación, donde después de acudir a varios conciertos sin percatarnos de la mala acústica del lugar, por fin entonces, colocados en una octava o novena fila, fuimos conscientes de sus malas prestaciones. Y ha vuelto a pasar ahora, donde al no contar con asientos reservados tuvimos que sentarnos donde pudimos, en mi caso casi al fondo. Un barullo por sonido y la imaginación para seguir el movimiento escénico de músicos y actores, nos alejaron mucho de compenetrarnos con la propuesta, al igual que al resto del público que nos circundaba, más empeñados en sus móviles que en el concierto de Música Prima.
 
Aun así no fue difícil comprender que, con autoridades de Ciudades Europeas de la Música presentes, además de una amplia representación del ICAS (Instituto de la Cultura y Artes de Sevilla), organizador de la función, el espectáculo ideado por el colombiano Francisco Orozco para conmemorar la figura de Carlos I (V para el Imperio Romano Germánico) distaba mucho de ser adecuado, ni siquiera digno. Sobra cantar las excelencias interpretativas de un nutrido número de músicos que ya han demostrado en muchas ocasiones, juntos, por separado o agrupados en otras formaciones, su buen hacer y profesionalidad. Pero en esta ocasión apenas rozaron la emoción y desde luego no estuvieron a la altura de la solemnidad que el homenaje merecía. Un espectáculo rancio, que igual daba contemplarlo hoy que hace cuarenta años, inclinado más hacia el tono juglaresco y trovadoresco sobradamente anticuado, articulado en torno a una serie de músicas que supuestamente debieron acompañar los avatares de la vida de tan insigne personaje, en una selección que más parecía arbitraria y sin un criterio suficientemente adecuado. Había tanto donde elegir, entre música de los territorios americanos, piezas sensuales de oriente, partituras recogidas en Yuste y otros escenarios de la vida y hazañas del monarca, que lo elegido nos pareció que lucía poco, sobre todo cuando se optó por interpretarse de forma fragmentaria y casi siempre en tono burlesco.
 
Fue grande pero también cruel, y sin embargo no se ilustró su villanía, mientras sus grandezas quedaron empobrecidas en una propuesta más afín a la astracanada y la pachanga que a la solemnidad y la emoción. En la lejanía uno podía barajar otras propuestas e incluso echar de menos la línea que siguen los grandes museos y exposiciones para introducirnos en el ambiente deseado, con el uso de nuevas tecnologías y un guión más apasionante como conductores de una interpretación musical que debiera haber sido más depurada y rigurosa. La hermosura del tradicional turco Samai Mahour o la gracia de Pastime with good company en las voces de Alberto Barea y Carmen Hidalgo, que tan buena pareja hacen, por citar algunos de los momentos más gozosos, no compensaron otros menos lúcidos como los dúos entre Orozco y el mismo Barea en registro de contratenor, o las algarabías del preámbulo sobre textos de Noche de Reyes de Shakespeare y la ausencia de elegancia y poesía con la que se abordó el precioso oratorio peruano Hanac Pachac Cussicuinin. Una lástima porque la ocasión merecía un trabajo no tan decepcionante y coyuntural como el ofrecido.

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