martes, 8 de abril de 2014

EL PIANISMO SUBLIME DE CHRISTIAN ZACHARIAS EN EL MAESTRANZA, UN MARCO DE TERRORISMO ACÚSTICO

Christian Zacharias, pianoPrograma: Cinco sonatas para teclado de Domenico Scarlatti; Sonata nº 15 de Mozart; Sonata nº 21 de Schubert. Teatro de la Maestranza, Lunes 7 de abril de 2014

Así de concentrado y ensimismado toca
Christian Zacharias el piano
En estos días de intensa actividad musical, interpretación en instrumentos de época y un público rigurosamente respetuoso y entregado, la nueva comparecencia de Christian Zacharias en nuestro teatro nos ha devuelto la alternativa fresca y desacomplejada del instrumento moderno, así como el reencuentro con un estigma habitual en este auditorio que hace que en ocasiones como ésta se malogre considerablemente la experiencia propuesta desde el escenario. Ruidos de todo tipo sólo justificables por el aburrimiento, incluida la insistencia de un móvil que hizo interrumpir el final de la sonata de Schubert, perjudicaron la concentración exigida al intérprete y al oyente, especialmente cuando la sensibilidad exhibida es de tan grande calibre. Zacharías regresó al Maestranza para extraer del teclado moderno toda una rica variedad de matices y sensaciones, tras dirigir en 2010 un programa todo Beethoven en el que además interpretó su Concierto nº 4, y protagonizar en 2008 un programa en el que interpretó Haydn, Schumann y Debussy.

Siempre se ha dicho que las sonatas de Scarlatti son muy personales y tienen un estilo único y a la vez moderno, quizás debido a esa larga estancia en la corte madrileña que le mantuvo tan aislado del resto de Europa, por lo que disfrutadas al piano le confieren un valor añadido y una significación especial. Zacharias sacó a relucir la fuerte originalidad de estas piezas a través de una brillante articulación, una enorme dosis de virtuosismo y un lirismo sincero, logrando incluso destilar la esencia de las técnicas del clavicémbalo sin siquiera tener que cerrar la tapa del piano. Hablar de gracilidad y encanto cuando nos referimos a Mozart es tan tópico como inevitable, y por esos derroteros deambuló la versión que Zacharias hizo de la sonata en dos partes, la K.494 (el rondó final) y la K.533 (los dos primeros movimientos). Con sus delicadísimos pianissimi y su extraordinaria concentración, el intérprete no abandonó en ningún momento el tono intimista con el que abordó todo el programa que además atacó de memoria y absolutamente ensimismado.

Pero el plato fuerte, y el más corrompido por esos implacables ruidos denunciados al principio de esta reseña, fue la Sonata D. 960 de Schubert, prodigio de introspección y ambigüedad emocional, que Zacharias desplegó con un delicado equilibrio entre tensión, sensibilidad y sublime contemplación poética, enormes dosis de solemnidad y un lirismo notablemente expansivo. Un sensacional molto moderato inicial, expresivo y reflexivo, seguido de un andante henchido de tranquilidad emocional, un volátil scherzo y un profundo y sobrecogedor final. El único silencio absoluto en la sala se debió al homenaje ofrecido a Lluís Andreu, director artístico del Maestranza durante sus primeros y definitivos pasos, fallecido el mismo lunes; y ni siquiera éste fue sepulcral.
 
Versión extensa del artículo publicado en El Correo de Andalucía

1 comentario:

  1. La gente no se calla ni debajo del agua. Ahí deberían estar, ¡¡ahogados!!

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