lunes, 7 de abril de 2014

6ª CRÓNICA FeMÁS/31 Un viaje del barroco al rock

31º Festival de Música Antigua de Sevilla

Hiro Kurosaki, violín. Alberto Martínez Molina, clave: Obras de Haendel, Couperin, Bach y Corelli. Espacio Santa Clara, viernes 4 abril 2014
Leo Rossi, violín. Javier Núñez, clave: Obras de Marchand, Couperin, Rameau, Mondonville, Duphly, Leclair, Balbastre y Guillemain. Espacio Santa Clara, sábado 5 abril 2014
Rafael Ruibérriz de Torres, flauta travesera. Ere Lievonen, fortepiano: Obras de Doppler, Carmen Ribas, Schubert, Kuhlau y Chopin. Espacio Santa Clara, domingo 6 abril 2014
Electric Pleasures: Juan Carlos Rivera, guitarra eléctrica y dirección. Consuelo Navas, tiorba. Teresa Martínez, vibráfono y percusión: Obras de Kapsberger, Rivera, Piccinini y Flores. Espacio Santa Clara, domingo 6 abril 2014

Hiro Kurosaki, que también actuará en el concierto de
La Ritirata el próximo jueves
Además de ser el más gracioso y carismático de los personajes que se han subido al escenario del Femás este año, Hiro Kurosaki es un virtuoso y un enamorado del violín barroco, capaz de transmitir todo su compromiso y pasión con una actitud de absoluta felicidad frente al instrumento. Por su parte Alberto Martínez Molina no se queda corto dominando las más complejas articulaciones y sonidos del clavicémbalo del que se revela un consumado maestro. Con un programa coherente en el que Haendel y Couperin se dieron la mano con su admirado Corelli, los dos artistas manejaron cómplices dúos amorosos, como el encantador, galante y delicado Rittratto dell’amore del francés, todo un alarde de expresividad; y enfrentados, como la muy contrapuntística cuarta de las sonatas de Bach, que Hurosaki convirtió en una ilustración de Orlando Furioso y a partir de la cual comenzamos a atisbar la genialidad de Martínez Molina. Las veintitrés enrevesadas variaciones sobre La Follia de Corelli se desplegaron con tanta sutileza como elegancia ornamental, mientras en las dos desenfadadas sonatas de Haendel en forma da chiesa - una al menos realmente compuesta por él - sus aparentes improvisaciones alcanzaron el nivel de lo sublime.

Leo Rossi
Como una prolongación de la noche anterior, los artistas locales Leo Rossi y Javier Núñez se presentaron con una propuesta parecida aunque de estética muy diferente. Autores poco frecuentados en nuestras salas y discotecas, contemporáneos de Jean Philippe Rameau, unos influyentes y otros influidos por él, ocuparon sus atriles. Un fascinante y muy bien dosificado viaje por la Francia decadente y prerrevolucionaria de Luis XV, a la sombra del Concert Spirituel y la Chapelle Royale, alternando teclistas (Louis Marchand, François Couperin, Jacques Duphly, Claude Balbastre) y violinistas (Jean-Joseph de Mondonville, Jean-Marie Leclair, Louis-Gabriel Guillemain), con lo que ambos intérpretes tuvieron ocasión de lucimiento, aunque la cuota de ocupación beneficiara al clavecinista, ya que incluso en algunas sonatas el teclado era el protagonista. Rossi dio buena muestra de la versatilidad que le ha llevado a ser numerario tanto en la Barroca como en la Sinfónica, si bien no pudo evitar cierta flacidez y un sonido apagado en algunos pasajes. Núñez no siempre mostró seguridad y definición al teclado, pero sí aportó mucho sentimiento en piezas como Les Cyclopes y L’Enharmonique de Rameau. La ocasión nos permitió conocer piezas de extraordinaria fuerza, como la muy original giga de la Sonata I de Mondonville o el estrepitoso minuetto de la Sonata II de Leclair.

Ere Lievonen
Rafael Ruibérriz convirtió una soirée vienesa en una matinée sevillana, con degustación de pestiños conventuales incluida y abundante e ilustrativa retórica sobre las piezas interpretadas por él a la flauta y el teclista finlandés Ere Lievonen al fortepiano. Precisamente en la presencia de este instrumento, propiedad de Yago Mahúgo, a quien una indisposición de última hora impidió abordar el concierto, radicaba el principal atractivo de una schubertiada que finalmente nos reveló muchos más. Mérito tiene prepararse en sólo un par de días tan complejo y exigente programa, así como adaptarse a un nuevo compañero, y sin embargo la empresa se saldó con equilibrio y complicidad. Un amable y encantador concierto en el que brilló la segunda de las tres Klavierstücke D.946 del autor de los Impromptus, donde se apreció la pulsación seca y amortiguada del instrumento frente a la más expansiva y reverberante del piano en el que estamos acostumbrados a escucharla; una particularidad que no afectó a la emotiva expresividad con la que Lievonen atacó la exquisita Mazurca Op.17 nº 4 de Chopin. Ruibérriz exhibió un sonido compacto, elegante y perfectamente fraseado en las piezas de salón de Doppler y Kuhlau, además de una enorme entrega y flexibilidad en la Fantasía sobre La Cachucha del clarinetista y teórico de la flauta español José Mª del Carmen Ribas; y sobre todo en la única composición de Schubert para flauta y fortepiano, las Variaciones sobre el lied Trockne Blumen de La bella molinera, que antes entonó la bellísima Rocío de Frutos con su habitual buen gusto, generosa proyección y sedoso timbre.

Juan Carlos Rivera y Consuelo Navas
El festival se abrió también a la música contemporánea con una original propuesta del gran guitarrista sevillano Juan Carlos Rivera, cuya puesta de largo tuvo lugar el pasado verano en las Noches del Alcázar, con un programa sensiblemente distinto pero siempre en torno al gran teórico y virtuoso de la tiorba, el guitarrón y otros instrumentos de cuerda pulsada, Johann Hieronymus o Giovanni Girolamo Kapsberger. Un trabajo de transformación y amplificación, a veces distorsionado, con la guitarra eléctrica como protagonista y la música del primer barroco sonando a Pat Metheny, Jonathan Goldsmith, rock ‘n roll (Colascione) y música de relajación (sarabanda). Rivera mantuvo la línea melódica, mientras una atenta y eficaz Consuelo Navas acompañó en la cuerda grave y Teresa Martínez al vibráfono, en ocasiones con efectos de acople, y una sutil percusión. Dos estrenos absolutos, uno muy jazzístico del propio Rivera en homenaje al compositor italoalemán, y otro del también sevillano Antonio Flores igualmente en torno a Kapsberger, con un carácter más comprometido y un interesante juego de timbres y posibilidades acústicas y eléctricas, redondearon este singular experimento.

Parte de este artículo publicado en El Correo de Andalucía el 8 de abril de 2014

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