jueves, 20 de febrero de 2014

LA CENERENTOLA EN EL MAESTRANZA: UN VODEVIL MUSICAL EXQUISITO

Ópera de Gioacchino Rossini. Giacomo Sagripanti, director musical. Paul Curran, director de escena. Oscar Cecchi, reposición de la puesta en escena. Iñigo Sampil, director del coro. Pasquale Grossi, escenografía. Zaira de Vincentiis, vestuario. Juan Manuel Guerra, iluminación. Intérpretes: Mariana Pizzolato, Edgardo Rocha, Carlos Chausson, Borja Quiza, Wojtek Gierlach, Mercedes Arcuri, Ana Tobella. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción del Teatro San Carlo de Nápoles. Teatro de la Maestranza, miércoles 19 de febrero de 2014

Un momento de esta puesta en escena en el
Teatro Carlo Felice de Génova
Si exceptuamos una Cenicienta para niños que recaló en 2010, desde hace cinco años, cuando se representó Tancredi, no asistíamos a una ópera de Rossini en el Maestranza. La Cenerentola se programó en 2000 con una producción del Teatro Comunale de Bolonia. La que nos ha llegado ahora es del teatro con el que el compositor mantuvo un mayor compromiso durante su carrera, el San Carlo de Nápoles, donde tanto arraigo tuvo el bel canto como manifestación de sentimiento y virtuosismo. La Cenerentola fue desde su estreno por encargo del teatro Valle de Roma una obra maestra de la ópera bufa, con la que el cisne de Pésaro llegó incluso a eclipsar el triunfo de El barbero de Sevilla. Con la búsqueda del amor verdadero y la reivindicación de la bondad absoluta frente a la maldad más sibilina como temas fundamentales, el trabajo de la mezzo protagonista debe aunar emotividad, expresividad y esas características canoras que apuntábamos como definitorias del género belcantista. La cantante italiana Mariana Pizzolato cuenta con un timbre precioso, sedoso y seductor, y facilidad, elegancia y técnica para la coloratura; todo ello hizo que defendiera su aria final Nacqui all’affanno… non piú mesta accanto al fuoco con efectividad y solvencia. Sin embargo su presencia escénica decepciona por una flagrante falta de expresividad y por extensión emotividad, y su personaje acaba resultando soso, sin progresión dramática ni emocional y en definitiva con poco encanto, lo que en la empresa que nos ocupa se convierte en un lastre. El dúo con Don Ramiro, Un soave non so ché, resultó en este sentido falto de emotividad y química.

Carlos Chausson recibió las mayores ovaciones de la noche
Menos mal que en cuestiones escénicas el resto del elenco salvó el barco no ya con corrección sino con maestría absoluta. Sus capacidades interpretativas unidas al sensacional trabajo de dirección escénica, para el que Oscar Cecchi recreó con nota las pautas ordenadas por el veterano Paul Curran, dieron como resultado un espectáculo teatral memorable, tan afortunado, alegre y cómico como dictan las normas de la ópera bufa. Y en cuestiones canoras sólo un par de reproches podemos hacerle al reparto reunido para la en general feliz ocasión. Sólo pudimos corroborar lo ya mil veces dicho sobre el zaragozano Chausson, que su trabajo es espléndido a todos los niveles. Compone un Don Magnífico de antología, grotesco y divertido, con una emisión natural y un torrente de voz impresionante. Dice que sólo lo llaman para papeles de bajo bufo y no nos extraña porque desafíos como Sia qualunque delle figlie resultaron sublimes. El tenor uruguayo Edgardo Rocha fue una grata sorpresa; su voz, de timbre y agilidades muy adecuadas para las exigencias rossinianas, nos recordó a la del argentino Raúl Giménez, teniendo su momento dorado al entonar la cabaletta Si ritrovarla io giuro, de tan difíciles cambios de tono y ritmo y brillantes agudos que ni siquiera en grabaciones de referencia hemos logrado disfrutar con resultados tan satisfactorios. Fue uno de esos momentos que nos convencieron de que en nuestro teatro disfrutamos de gran ópera más a menudo de lo que muchos se empeñan en demostrar. Junto a ellos el barítono Borja Quiza como Dandini estuvo ágil y divertido, exhibiendo una voz poderosa pero poco depurada en ornamentación, de color a menudo tosco, y ocasionalmente desentonada. El polaco Wojtek Gierlach, dando vida al filósofo Alidoro, sosías del hada madrina del cuento de Perrault, exhibió una voz pequeña para su tesitura grave, siendo más brillante su intervención silente en la original solución escénica que se le dio a la tormenta del segundo acto, dirigiendo a los gimnastas y percusionistas que ilustraron ese momento orquestal. Quienes sí brillaron en todos los registros fueron las hermanastras, tan divertidas como entonadas, frescas y cómicas, siendo Clorinda, interpretada por la argentina afincada en España Mercedes Arcuri, quien más posibilidades de lucimiento tuvo, especialmente en ese Abbassarmi con lei? Son disperata! que tan magníficamente abordó. También Tisbe, incorporada por la catalana Ana Tobella, mantuvo un excelente y muy estimulante nivel. Sus coloridos vestuarios ayudaron muy significativamente a potenciar la comicidad de sus personajes; el de Angelina, la protagonista, se debatió sin embargo entre el muy previsible y tradicional de fregona y el desafortunado atuendo con el que aparece en el palacio del príncipe, que recordó más bien a otra película Disney, La bella durmiente cuando Maléfica irrumpe en el bautizo de la princesa.

El vestuario y los decorados se inspiran en la belle époque, por lo tanto de carácter eminentemente modernista, lo que unido a la comicidad del elenco pudo remitirnos a las películas mudas cómicas de principios del siglo pasado. Al castillo decadente de Don Magnífico, con paredes y columnas parcheadas, y el palacio a la última moda de la época, con jardines y vidrieras inspiradas en esa corriente decorativa y cambios de escenario ágiles y a la vista, se sumaron unas originales puestas en escena de la obertura, que se aprovecha para narrar el infortunio precedente de la protagonista, e incluso el descanso, en el que los invitados a palacio disfrutan de un ágape similar al de los asistentes en las dependencias del teatro. Un espectáculo por lo tanto notable que logró que las dos horas y media largas de representación se digeriesen como un bálsamo. En el apartado de los artistas locales tenemos que aplaudir una vez más la iluminación de Juan Manuel Guerra y el portentoso coro masculino del Maestranza, que por supuesto también tuvo que hacer gala de su buen humor. En cuanto a la orquesta, convenientemente reducida para la ocasión, sólo podemos tener elogios, por su tersura, agilidad y disciplina. A pesar de su juventud, Giacomo Sagripanti se reveló como excelente batuta rossiniana, de dirección electrizante y a la vez llena de matices, dominando en crescendi y dinámicas, con ritmos frenéticos y una capacidad encomiable para acompañar las voces sin ahogarlas. Que en alguna ocasión aislada no fuera exactamente al unísono con ellas no empañó un trabajo que debemos considerar ejemplar a todos los niveles. Hoy veremos cómo se desenvuelve el director de Fermo, provincia de Ascoli Piceno, con otras páginas y autores de estéticas muy diferentes en el correspondiente concierto de abono de la Sinfónica. Para el recuerdo momentos tan sensacionales como Questo é un nodo avviluppato, paradigma de comicidad y agilidad endiablada en la que todos los integrantes, voces y orquesta, tienen que exhibir sus mejores prestaciones, y vaya si lo hicieron.

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