jueves, 9 de enero de 2014

EL LAGO DE LOS PATOSOS DEL BALLET NACIONAL DE UCRANIA

Ballet El lago de los cisnes, de Piotr Ilich Tchaikovsky. Ballet Nacional de Kiev. Piotr Chupryna, director general. Aniko Rekhviashvili, directora artística. Yevgeny Lysyk, escenografía y vestuario. Mykola Diadiura, director musical. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Intérpretes Tatiana Goliakova, Serguei Sidorsky, Maxim Motkov, Andrey Gura, Irina Borisova, Yulia Trandasir. Miércoles 8 de enero de 2013, Teatro de la Maestranza

El estupendo Maxim Motkov (Rothbart)
y sus cisnes hechizados 
El equipo artístico y técnico del Teatro de la Maestranza y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla está realizando una encomiable labor. A pesar de la coyuntura económica, que se nota especialmente en lo disipada que ha quedado la oferta cultural del coliseo, no se han echado en falta ninguna de las citas tradicionales de las navidades; hemos tenido Mesías, Conciertos de Navidad y Año Nuevo de la ROSS y al habitual ballet de Reyes. De la convulsa Ucrania – de nuevo un país de la antigua URSS como lo fue Letonia el año pasado – nos llegó su puesta en escena del ballet romántico por antonomasia, El lago de los cisnes de Chaikovski. El primero de los tres grandes ballets del autor de la Obertura 1812 fue, como tantas veces ocurre con las grandes obras maestras, un fracaso en su estreno. La escasa entidad y recursos del montaje original en Moscú propiciaron un fiasco redimido años después en San Petersburgo de la mano del Teatro Mariinsky y la coreografía a cuatro manos de los míticos Marius Petipa y Lev Ivanov. Curiosamente Chaikovski, de ascendencia ucraniana, estudió en Kiev y San Petersburgo, las dos ciudades del antiguo imperio ruso hermanadas en esta producción del Ballet Nacional de Kiev o Ballet de la Ópera Nacional de Ucrania.

Serguei Sidorsky (Príncipe Sigfrido) y Tatiana Goliakova
(Odette, el cisne blanco)
Los precedentes por lo tanto no podían ser más halagüeños para encontrarnos ante un espectáculo complejo y sólido, y sin embargo cuál ha sido nuestra sorpresa al comprobar que en realidad se trata de una producción escuálida, sin apenas emoción, de recursos tan rancios como limitados, y resultados en consecuencia decepcionantes. Un montaje apoyado estéticamente en una escenografía resuelta a base de telones pintados, fondos naturalmente azulados, manchados y arrugados, con filigranas doradas que recordaban vagamente al universo pictórico de Gustav Klimt, y un vestuario previsible aunque más satisfactorio que los decorados. La funcional iluminación y la ausencia de efectos ópticos, que tan buenos resultados dan hoy en día para generar magia e ilusión, acabaron de malograr una producción más propia de una caravana de cómicos ambulantes que de un teatro con prestigio. Pero lo peor fue el cuerpo de baile, pues si bien los solistas, todos sin excepción ucranianos y disciplinados, hicieron un trabajo solvente aunque deficiente en expresividad y fuerza interpretativa, la compañía exhibió tosquedad, torpeza, falta de sincronía (algún cómico choque entre bailarines incluido) y una casi absoluta falta de gracia y elegancia. Quizás lo mejor fueron las frecuentes estampidas de las princesas-cisnes, que emulaban estupendamente el vuelo de las aves. Las legendarias coreografías utilizadas una y otra vez como preservación de un cierto patrimonio cultural, tampoco ayudan. Uno ya sabe a qué se enfrenta, los típicos saltitos, agilidades y acrobacias de siempre, pero no abordados con tal torpeza que más parecía un lago de gansos o patos-os. Después de tantos Lagos de los cisnes programados en el Maestranza haría falta echar mano de alguno más innovador y sorprendente, que los hay y por compañías también clásicas.

Tatiana Goliakova como Odile, el cisne negro
Mejor resultó en conjunto el trabajo de la orquesta, si bien la batuta del director musical de la compañía, Mykola Diadiura, no acertó a imprimir de energía y tensión la magnífica partitura, quedándose en una lectura superficial, funcional, quizás eficaz pero sin sorpresas ni grandes satisfacciones. Lo mejor fue el solo de violín de Eric Crambes en el paso a dos del segundo acto (o tercero según la versión), de un lirismo ciertamente arrebatador. El resto de salvó con dignidad pero sin entusiasmo, y eso que el hecho de que su director musical se encuentre familiarizado con la partitura debió haber provocado unos resultados más satisfactorios; de hecho fue ese el motivo para que el curso pasado Farhadas Stade realizara una interpretación tan sensacional de Giselle de Adam. Las imparables e implacables toses del público volvieron a agredir sin compasión y de forma continuada la labor de los maestros de nuestra sinfónica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario