jueves, 10 de enero de 2013

GISELLE RECALA DE NUEVO EN SEVILLA

Ballet Giselle, de Adolphe Adam. Ballet Nacional de Letonia. Director Aivars Leimanis. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director Farhads Stade. Intérpretes Elza Leimane-Martinova, Raimonds Martinovs, Andris Pudans, Iljana Puhova, Sabine Guravska, Arturo Sokolovs. 9 de enero de 2013. Teatro de la Maestranza

El tradicional ballet de reyes del Teatro de la Maestranza, único en todo el año que cuenta con orquesta sinfónica en el foso, echó mano de nuevo de uno de los títulos más sintomáticos y arquetípicos del repertorio romántico. Giselle ya se representó aquí mismo hace exactamente siete años, de la mano entonces del Ballet del Teatro San Carlo de Nápoles y con Igor Yebra como artista invitado. La de ahora es una producción heredera directa de los espléndidos ballets rusos – en el seno del de Letonia se forjaron leyendas como Barishnikov y Godunov cuando aún pertenecía a la Unión Soviética – y de la coreografía original que para su estreno en 1841 crearon Jean Corelli y Jules Perrot, enriquecida con los arreglos y variaciones que para sucesivas reposiciones ideó el mítico Marius Petipa.

Adolphe Adam, que se consideraba a sí mismo como un compositor mediocre, se sorprendería al comprobar la popularidad que han alcanzado de entre su generosa producción, más de ochenta trabajos escénicos que incluyen una ópera titulada Giralda, obras como la Canción de Navidad popularizada como O Holy Night, o sus ballets El corsario y especialmente éste que nos ocupa. Amigo íntimo de Berlioz y maestro de Delibes, compuso también numerosas canciones para el vaudeville francés; su música, clara, sin ambición, fácilmente comprensible y divertida, se codea hoy gracias a Giselle y El corsario con los grandes ballets de Tchaikovsky, Prokofiev, Stravinsky y Minkus. La ROSS ya conocía esta partitura desde que acompañara al montaje del Ballet de San Carlo, pero la de ahora ha sido una interpretación memorable y sensacional que supera con creces a la de entonces; a esto no es ajena la batuta de Farhads Stade, familiarizada con el ballet romántico y estrechamente ligada a la Ópera Nacional de Letonia y a los montajes danzísticos de Aivars Leimanis. Momentos clave como la Marcha de los viñadores o las danzas del primer acto derrocharon vitalidad, así como la Entrada de Giselle o el paso a dos del segundo acto exhibieron una enorme gracia y elegancia, sin olvidar el carácter grotesco y hasta espeluznante ofrecido en la fuga de las willis. El conjunto, en perfecta sincronía con el baile, mostró en todo momento precisión, calidez y ningún complejo frente al melodrama. Lástima que no se pudiese apreciar sus prestaciones en todo su esplendor a causa de las implacables y despiadadas toses del público del Maestranza. Y luego dicen que urgencias está colapsada…

Giselle recupera gracias al libreto de Vernoy de Saint-Georges y Théophile Gautier las leyendas sobre novias cadáveres que recogió el gran Heinrich Heine en su libro De l’Allemagne, así como elementos fantásticos que ya aparecían en el ballet Le Sylphide de Jean-Madeleine Schneitzhoeffer, muy popular a principios del siglo XIX. A diferencia del montaje de hace siete años, que ambientaba la acción en el alto medievo, el de ahora lo hace a mediados del siglo XVII a través de un exquisito, rico y muy variado vestuario, obra de Inaura Gauja, responsable también de la escenografía, en la que se combinan colores vivos y luminosos en el pastoral acto primero, con azulados fantasmagóricos y desvalidos en el sepulcral segundo. Todo contribuyendo a crear una atmósfera de fábula y ensoñación, extremadamente clásica y de agradecida digestión para el público en general. Igual que en aquella ocasión de 2006, se echó mano también de solventes soluciones lumínicas para imitar relámpagos en el segundo acto, así como una espesa niebla que se colaba en el foso sin que parezca llegara a afectar a los músicos.

La férrea disciplina de los ballets del este se hizo patente en una coreografía escenificada con extrema pulcritud y precisión, haciendo que pareciera fácil lo difícil, caracterizada por sublimes números de conjunto en los que complejos y brillantes pasos se sucedían sin pausa y a la vez con una perfecta sincronización. En el apartado individual destacar el trabajo impecable, lleno de fuerza dramática, expresividad y titánico dinamismo de la protagonista, en esta ocasión Elza Leimane-Martinova, mientras Raimonds Martinovs encarnó al perfecto príncipe azul haciendo gala de excelentes prestaciones para la acrobacia así como para la galantería y la delicadeza romántica. Pero no quedaron atrás el excelente Andris Pudans como Hilarión, el guardabosques, también magnífico acróbata y entregado actor, así como el paso a dos del primer acto de Sabine Guravska y Arturo Sokolovs, un generoso recital de piruetas, saltos, elegancia y energía, todo lo cual mereció la crecida ovación del público congregado.

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