sábado, 23 de junio de 2012

EL LLANTO DE GAUTIER CAPUÇON Y LA RABIA DE PEDRO HALFFTER MARCARON LA DESPEDIDA DE LA TEMPORADA 2011-2012 DE LA ROSS

16º concierto de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.
Pedro Halffter, dirección; Gautier Capuçon, violonchelo.
Programa: Fanfarria de la 4ª Sinfonía de Brahms, de Frühbeck de Burgos;
Concierto para violonchelo Op.85 de Elgar; Sinfonía nº 4 Op.98 de Brahms.
Teatro de la Maestranza, 22 de junio de 2012

Acudíamos con el ánimo predispuesto en lo político y lo musical para no disfrutar mucho con el concierto de despedida de la presente temporada; contribuyeron a ello los desmedidos emolumentos del director, aireados en la prensa, y el poco entusiasmo que la noche anterior el mismo programa había despertado en compañeros de profesión. Sin embargo ante la excelencia con la que nos pareció se acometieron cada una de las tres páginas ofrecidas, llegamos a un par de conclusiones. Primero, que algún día conoceremos la verdad sobre la supuesta confrontación que dicen existe entre los integrantes de la orquesta y su titular, toda vez que a nuestro parecer son muchas las ocasiones en las que el maridaje entre unos y otro han dado tan buenos frutos, y ésta no fue la excepción. ¿Es posible entonces tal grado de insatisfacción en la plantilla, por mucha profesionalidad que deban derrochar en el ejercicio de su trabajo? Y en segundo lugar, que la avaricia es mala compañera y que con los tiempos que corren los gestos de generosidad son tan bien recibidos como los de excelencia artística, aunque el público sevillano siga pareciendo harto complacido con las labores del titular de su joya de la corona. Pero esto lo aplicaría primero a nuestros ineptos políticos, que nos hacen la vida cada vez más difícil, a pesar de que fueron puestos ahí no para exhibir la sonrisa de la complacencia y el poder, sino para ofrecer soluciones eficaces con humildad y dignidad; y después a estos otros gremios, que funcionan según leyes de mercado y al menos nos regalan más de una satisfacción, a pesar de lo cual, repito, nunca les han de sobrar los gestos de discreción, moderación y generosidad.

Las tres fanfarrias que han precedido a cada una de las tres anteriores sinfonías brahmsianas interpretadas en esta temporada se estrenaron por la Orquesta Nacional de España en enero de 2011, igualmente como preludios a esas páginas sinfónicas y dirigidas por el veterano Rafael Frübeck de Burgos, quien para la Sinfonía nº 4 eligió entonces la fanfarria compuesta por Alejandro Yagüe, ahora sustituida por la suya propia en los atriles de la ROSS. Se trata de una obra de inspiración imperial, robusta y descomunal que descansa naturalmente en los metales, cumpliendo esta sección con holgada solvencia y evidente sentido del espectáculo, a pesar de alguna que otra entrada imprecisa. Para Capuçon creo que ésta era la tercera vez que actuaba junto a la ROSS. Precisamente en ese mismo enero de 2011 hizo el Concierto nº 1 de Saint-Saens con Víctor Pablo Pérez a la batuta, y en noviembre de 2007 interpretó junto a su hermano Renaud el Doble concierto de Brahms. El de Elgar es un concierto tan asociado a Jacqueline du Pré y John Barbirolli que parece que cualquier propuesta que se aleje de los presupuestos estéticos que ellos impusieron deba ser forzosamente errónea o caprichosa. Prejuicios fuera, la de Capuçon y Halffter fue una visión nueva, original y válida de tan hermosa partitura. Etérea en los violines hasta parecer pura ensoñación, y de marcadísimos acentos nostálgicos y románticos, la de Halffter fue una dirección meticulosa, cristalina y muy atenta a todos los detalles de orquestación, color y sensibilidad; mientras Capuçon prácticamente hizo llorar al violonchelo, prescindiendo de ese arranque desesperado al que estamos acostumbrados y prosiguiendo con una lectura arrebatada, dolorosa y sufriente de la pieza. No hubo nada que se resintiese en esta lectura personal del concierto, y la emoción fue tan evidente que a muchos llegó a dejarnos sin aliento.

Más ortodoxa fue la interpretación de la Sinfonía nº 4 de Brahms, esa que marcó definitivamente el rumbo a tomar por el sinfonismo europeo a partir de entonces, y la que más influencias acusó al mismo tiempo de épocas pretéritas, especialmente el Clasicismo. Esta partitura, que alguno bautizó como Sinfonía de otoño, refleja perfectamente el carácter huraño y solitario, a la vez que fogoso y atormentado, del compositor. Todo eso pareció entenderlo Halffter al abordar su inquieto y anhelante primer movimiento con el ímpetu de una batalla campal, resaltando su enorme fuerza narrativa en el segundo, su carácter desenfadado pero a la vez irónico en el tercero, y así hasta llegar a la rabia tumultuosa del cuarto, la mejor página de variaciones jamás acometida por el autor del Réquiem Alemán. Y para que todo eso fuera posible las prestaciones de la orquesta tuvieron que ser una vez más impecables y exuberantes, más propias de quienes admiran que de quienes detestan a su director.

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