domingo, 2 de octubre de 2011

LAS BODAS DE FIGARO Una reposición de aires demasiado solemnes

Crítica de ópera


Le nozze di Figaro de Wolfgang Amadeus Mozart, con libreto de Lorenzo Da Ponte basado en la obra de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais. Dirección musical Pedro Halffter Dirección escénica José Luis Castro Dirección del coro Íñigo Sampil Escenografía Ezio Frigerio Vestuario Franca Squarciapino Coreografía Cristina Hoyos Iluminación Vinicio Cheli Intérpretes Roberto Tagliavini, Olga Peretyatko, Paul Armin Edelmann, Yolanda Auyanet, Jana Kurucová, Anna Tobella, Carlos Chausson, Manuel de Diego, José Manuel Montero, Aurora Amores y Giancarlo Tosi. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción del Teatro de la Maestranza. Teatro de la Maestranza 1 octubre 2011

Las reposiciones de producciones propias o ajenas son habituales en coliseos con una programación extensa y generosa, alternándolas con las funciones protagonistas de la temporada. No es el caso de nuestro teatro, incapaz hasta el momento de ofrecer más de seis títulos escenificados en una temporada corriente. Pero optar por esta solución y con una producción propia nos parece acertado en época de crisis, tal como ya ocurriera la temporada pasada con Turandot. Si además esta decisión conlleva la colaboración entre los dos directores más sobresalientes de este teatro, uno depuesto y el otro colocado por el mismo personaje político, limando asperezas y posibles rivalidades, la solución no puede ofrecérsenos más saludable y aplaudible.

Cuando en el mismo mes de octubre de hace doce años se presentó por primera vez esta montaje de José Luis Castro, que el Maestranza dedicó a la memoria de Alfredo Kraus, triunfaron la escenografía de Frigerio y el vestuario de Squarciapino, un oscarizado tándem (Cyrano de Bergerac) que no era ajeno a esta ópera de Mozart, que ya habían aportado su arte a una muy parecida producción del Teatro de la Scala dirigida por Giorgio Strehler. Un montaje sencillo pero prolijo en detalles, si bien no compartimos que se trate de la ambientación más sevillana de cuantas se hayan hecho de este título situado en las afueras de la capital hispalense. Por ejemplo, no acertamos a distinguir en la fachada manuelina del último acto un jardín sevillano. La gradación en la iluminación, ahora como entonces diseñada por Vinicio Cheli, constituye sin duda un acierto, recorriendo con la luz el día único en el que transcurre la trama, pero nada excepcional comparado con otras soluciones vistas en multitud de títulos con exigencias parecidas. Queremos constatar con lo expuesto hasta el momento que si bien apreciamos las excelencias de esta producción, no nos adherimos al sentir generalizado de encontrarnos ante un summum prodigioso.

Y ello fundamentalmente porque el tono general adoptado tanto en la dirección escénica como en la musical es de solemnidad, en un título que exige sin embargo uno más jocoso, alegre y desenfadado, con un punto grotesco y hasta estridente si cabe del que careció absolutamente el trabajo de Castro y Halffter. Solemos ser partidarios de la elegancia, la exquisitez y el buen gusto, pero en su justa medida, porque todo eso puede mantenerse adaptándose a la gradación anímica y formal que mejor calce con el título abordado. Mozart prescindió en gran medida del contenido social de la obra original de Beaumarchais, centrándose en la aventura amorosa-erótica-festiva que ofrece su visión de la pieza, donde la lucha de clases es un mero pretexto para sumergir a sus personajes en un continuo juego de amor y sexo. Poco ayudó a transmitir este sentimiento e intención el exquisito y muy elegante montaje ofrecido en el Maestranza, cuya única comicidad parecía desprenderse exclusivamente del libreto de Da Ponte en el que fue su primera colaboración con el maestro salzburgués. El resultado fue, a pesar de la excelencia y la belleza extrema de la partitura de Mozart, soso y aburrido.

Hay que llamar la atención sobre el hecho de que en Las bodas de Fígaro no es suficiente que destaquen los roles principales, porque se trata de un trabajo de conjunto, en el que la extraordinaria música pasa con notable naturalidad de duetos a tercetos, cuartetos y así sucesivamente hasta llegar incluso al septeto, algo que sólo da buenos resultados con un elenco digno. No desmereció en este punto el ofrecido en este montaje, donde sólo repitió con respecto a 1999 al bajo Giancarlo Tosi, dando vida al jardinero Antonio. Voces adecuadas en timbre, dicción y acoplamiento, si bien por separado la mera corrección sólo fue sobrepasada por la canaria Yolanda Auyanet, cuya anunciada afección gripal no malogró su excelente recreación de la Condesa, especialmente en la sobrecogedora Dove sono i bei momenti, fraseada y articulada con notable sentimiento y buen gusto; y por la joven eslovaca Jana Kurcová, interpretando con gracia y agilidad, tanto vocal como física, al embrollón Cherubino, personaje acertadamente presente en el prólogo y los intermedios convertidos en pausas técnicas, como símbolo del motor erótico que motiva al resto de los personajes, independiente de sus verdaderos, correctos y conservadores sentimientos románticos. La soprano rusa Olga Peretyatko no desmereció respecto a su precedente, Patrizia Pace, ofreciendo una voz muy bien colocada y proyectada, de timbre sedoso y correctas articulaciones, aderezadas con una disposición escénica muy adecuada. El Fígaro de Roberto Tagliavini se resume igualmente en correcto, echándose de menos algo más de socarronería y acidez, si bien en el aspecto vocal rindió eficazmente. Algo menos conseguido estuvo el poco carismático barítono austriaco Paul Edelmann dando vida a un Almaviva atolondrado y a veces perdido, de voz más ligera de lo conveniente, todo ello evidente en un Hai già vinta la causa sin apenas nervio ni ímpetu, e incluso con dificultades canoras y cambios de color. El resto de los cantantes como la función, correctos y disciplinados, pero sin gracia ni excelencia, destacando el veterano Carlos Chausson, que se reveló capaz de seguir llevando su profesión a buen puerto.


La dirección de Halffter fue meticulosa, como es habitual en él, con brío y entusiasmo a veces, por ejemplo en Ecco la marcia, pero centrada más en el aspecto melancólico que indudablemente contiene la partitura de Mozart, que en el ambiente festivo que también, y sobretodo, la caracteriza. Faltó incisividad e ironía en la lectura del director de la ROSS, que sonó como de costumbre, recia y brillante. Otro maridaje saludable lo protagonizó el hecho de que los abundantes recitativos los acompañaran dos integrantes de la Barroca de Sevilla, Mercedes Ruiz al violonchelo y Alejandro Casal al clave. Las aptitudes del coro quedaron de nuevo manifiestas, mientras la coreografía de Cristina Hoyos se adaptó a la línea de todo el montaje, seriedad y elegancia no siempre adecuadamente dosificadas. Ciertamente "el alegre Mozart" (guiño a mi amiga Juana) no estuvo presente en la sala.


Kiri Te Kanawa, como la Condesa de Almaviva, entona "Dove sono i bei momenti" del Acto III de "Las bodas de Fígaro" en una magnífica grabación de 1984 con Georg Solti y la Filarmónica de Londres

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