lunes, 1 de agosto de 2011

APOTEÓSICO CONCIERTO DE BARENBOIM Y EL WEST-EASTERN DIVAN EN SEVILLA

Orquesta West-Eastern Divan. Daniel Barenboim, director. Programa: Sinfonías nos.1 y 5 de Beethoven; Adagio de la Sinfonía n.10 de Mahler. Teatro de la Maestranza. Domingo 31 de julio de 2011

Un público enfervorecido exhibió anoche su admiración y apoyo incondicional al que sin duda es uno de los grandes baluartes de la música clásica de las últimas décadas a nivel universal, Daniel Barenboim, cuyo concierto al frente de la Orquesta generada por la Fundación que lleva su nombre y el del difunto Edward Said se ha convertido en cita ineludible del calendario musical del aficionado sevillano al gran sinfonismo romántico. A pesar de ello, y en gran parte por el calor generalmente reinante en la ciudad en esta época, el aforo no fue completo, aunque sí muy considerable. Lástima, porque Sevilla debería tener ya el nivel de cultura musical que impidiese que el clima fuese un pretexto para despreciar el privilegio de escuchar in situ a este genio de la música.

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Una vez más no podemos dejar de emocionarnos con los resultados obtenidos a partir de un conjunto de músicos tan jóvenes y con tan asombrosas prestaciones, a los que se les da impulso para basar su proyecto de vida generosamente en la música. En estos últimos días en que muchos han sido víctimas de la barbarie, sin duda lo de anoche y la noche anterior en Ronda es una magnífica noticia. Y sin duda el bonaerense ha basado toda su vida en ese amor exhibicionista e ilimitado por la música, visible en su particular manera de dirigir, de mover manos y batuta, de controlar con autoridad, ilusión, excelencia y sinceridad.

A estas alturas Barenboim ya no tiene que demostrar que es el mayor experto beethoveniano de la actualidad. Su versión de la Sinfonía nº 1 ni es estruendosa ni militarista, y desde luego presta más atención al Beethoven renovador y vanguardista que al mero continuador de la herencia de Haydn. Desde su introducción lenta ya dota a la pieza de enorme cuerpo y robustez, para continuar con ataques decididos y seguros, prestando mayor atención a la forma musical, nítida y pulcra, enérgica y vigorosa, que a supuestos artificios anímicos o emocionales. Aunque la orquesta renueva sus integrantes cada año, si bien algunos permanecen dos o tres ediciones, parece mentira que los niveles de excelencia vayan aumentando hasta lograr que podamos esperar que la próxima integral del ciclo sinfónico del genio de Bonn, que grabarán a finales de agosto en Colonia, vuelva a ser indispensable en la discografía de Barenboim.

La Quinta fue sencillamente prodigiosa, con sus primeros famosísimos acordes rompiendo los entusiastas aplausos con los que el público recibió la segunda parte del concierto. Con un dominio absoluto de la partitura, y algún desajuste técnico en los metales, absolutamente intrascendental, se logró una rendición extraordinaria, apabullante, de la celebérrima página, pletórica en tensión, energía, drama, tragedia y triunfo. Se demostró además que todavía se puede expresar mucho a pesar de ser una pieza tan frecuentada, especialmente en un tercer movimiento sigiloso, de puntillas, preparando el apoteósico final, y dejando claro que la batuta es puro Barenboim y nadie le ha allanado el camino a la hora de preparar a los jóvenes músicos. La suya fue una Quinta desgarradora, un grito de socorro, una llamada de atención, quizás el más apropiado himno para un proyecto humanitario de esta envergadura.

Mahler es un campo menos explorado por el director, y sin embargo qué versión tan extraordinaria ofreció del Adagio, único movimiento completado por el propio autor de su Sinfonía nº 10. El carácter elegíaco de esta singular pieza exige una precisión técnica enorme, y sus dos momentos de catastrófica tragedia casi al final, un dominio del color orquestal extremo. Todo eso estaba en la estremecedora versión de Barenboim y sus alumnos y alumnas, marcado por una mayor atención en las transiciones que en el contraste, deviniendo en una interpretación desgarradora pero a la vez sutil y elegante, de una obra que Mahler dejó incompleta no tanto por falta de tiempo como por inestabilidad emocional. Con todo lo argumentado queda claro que lo de anoche fue un acontecimiento excepcional y un motivo para la esperanza.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 1 de agosto de 2011

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